viernes, 15 de febrero de 2019

GENERACIÓN DEL 98


GENERACIÓN DEL 98



  1. PRINCIPALES RASGOS CULTURALES Y LITERARIOS

- El fondo filosófico. Basado en la lectura de los existencialistas Schopenhauer y Kierkegaard; Bergson y Nietzsche.

·               Existencialismo de Schopenhauer y Kierkegaard. En la literatura se repiten ciertas constantes:

·         Una angustia vital, producto de la contradicción entre el ansia de eternidad y la naturaleza mortal del hombre.

·         Una rebeldía ante Dios, o su negación, por consentir ese absurdo, que deja al hombre frente a su propio destino en la más absoluta soledad y desorientación.

·         Un pesimismo sombrío, consecuencia de una existencia a la que no le encuentran sentido. 

·               Bergson en Antonio Machado.  Es un discurso que pone en cuestión la primacía de la Ciencia –mito central del pensamiento liberal-, rechaza el positivismo y reivindica la función de la metafísica. Un discurso que proclama la conciencia como primer mecanismo del conocimiento por encima de la razón y de la experiencia. Hay que destacar también relacionado con él el ensueño, el soñar despierto.

·               Nihilismo de Nietzsche, principalmente en Baroja.

- El tema de España. Es visto desde la perspectiva de su decadencia. Castilla como paradigma del binomio grandeza-miseria de la patria. Esa grandeza la encuentran en su pasado, en su historia.

- El tema del sentido de la vida, el paso del tiempo o la muerte se relacionan con el Existencialismo ya citado. 

- En los protagonistas de las novelas se ve el mismo hastío de vivir, su <<angustia vital>>.

- De jóvenes son agnósticos y anticlericales, tal vez por el catolicismo insustancial de la España del momento y la alianza del clero con los conservadores. Con el tiempo fueron evolucionando, excepto Baroja (Azorín termina confesando más adelante un <<catolicismo firme, limpio, tranquilo>>; Unamuno quiere creer).

- Voluntad de crear una literatura con géneros renovados, con mayor carga ideológica y menos retórica.

- Rechazo del canon romántico del siglo XIX.



  1. AZORÍN

-          Nace en Monóvar (Alicante), en 1873

-          Dedica páginas a describir el paisaje y lasformas de vida de su provincia levantina.

-          Atracción po las «terresfondes» de Castilla, capta la entraña histórica, el sosiego de sus pueblos y ciudades

-          Estas dos determinantes geográficas ambientan las primeras novelas azorinianas: La voluntad(1902), Antonio Azorín(1903) Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)

-          Rompe ya en sus primeras novelas con algunos procedimientos narrativos decimonónicos:Aunque emplea la pormenorización descriptiva de la escuela realista-naturalista, su técnica es impresionista, con sus cambiantes matizaciones lumínicas, consigue una estructura sintáctica paratáctica, recortada en yuxtaposicionesasindéticas, muy distinta de los largos períodos hipotácticos decimonónicos.

-          La preferencia por la estampa, el gusto por el cuadro, se diferencian de la acumulación naturalista por el fino espíritu de selección de sensaciones, por la adjetivación, por la emoción anímica característica de los escritores del 98.

-          Pero al lado de las actitudes literarias del protagonista, se mueven fugazmente figuras populares, vidas opacas y anodinas.

-          Predominan los elementos estáticos. La acción se remansa, se inmoviliza. Los diálogos son parcos. La peripecia novelesca carece de fuertes incidencias. Pero podemos considerar como tensiones las sutiles variaciones, las concretas obsesiones del héroe, la quieta vida de los pueblos, la vulgaridad y la monotonía.

-          Ahonda en el problema de España. Descubre el pesimismo, la protesta, la renegación, la «ruina viva»

-          Opone a la pasiva resignación, a la tristeza y al dolor, el goce espontáneo de la vida, de la naturaleza, del agua, de las comodidades dadas por el progreso.

-          Plantea la situación política, aduce datos históricos; califica al catolicismo español de «hueco, agresivo, intolerante»; critica los procedimientos de cultivo.

-          Denuncia la decadencia de la ganadería; traza este angustioso, este desnudo juicio del subdesarrollo del país.

-          De la historia no son los grandes hechos los que interesan, sino <<la sutil trama de la vida cotidiana>>



  1. BAROJA

-          De su novela La casa de Aizgorri (1901), Azorín, en La voluntad, había destacado su técnica impresionista.

 EnCamino de perfección (1902), pese a que hay episodios paralelos a La voluntad de su amigo Azorín, como el viaje de ambos protagonistas a Toledo, hay grandes diferencias, pues si en la de Azorín predomina el estatismo, en la de Baroja es celeridad y nervio; lo que en Azorín es el resultado de una bulimia ideológica que llega a la pedantería, en Baroja se hace narratividad pura.

-               En 1904 publica La busca, que con Mala hierba y Aurora roja constituiría la primera de las trilogías de Baroja, “La lucha por la vida”. Aquí, la vida por la que luchan unos y otros se sitúa en el plano inclinado que va de las pensiones de mala muerte y las calles del centro, los talleres artesanos en que trabaja Manuel a los distritos del sur de Madrid -La Latina o La Inclusa-, las casas de corredor y, en general, ambientes de miseria. Allí pululan estafadores y buscavidas, randas y ladronzuelos, mendigos y lisiados, chulos y prostitutas, enfermos que mueren en la calle, gentes que van a ver fusilar un soldado.Sombríos ambientes, sus pinceladas irónicas, su desfile de tipos marginales, nos llevan a la lejana tradición de la picaresca.

-          Evoluciona del naturalismo decimonónico al expresionismo. Los cielos incandescentes y ensangrentados de Madrid y los contrastes con la oscuridad de la noche y de la miseria circundante cobran tintes expresionistas.

-          El novelista vasco muestra en esta trilogía predilección por la tipología romántica del emigrado, el rebelde, el prisionero, el criminal, pero los pone en acción con un procedimiento personal

-          La formación intelectual de Baroja es decimonónica; se interesa por los científicos Darwin, Pasteur, Claude Bernard, por los filósofos Nietzsche y Schopenhauer; aplica el procedimiento especular de Stendhal; confiesa su preferencia por Larra, Dickens, Balzac, Poe, Dostoyevski, Tolstoi...

-          El pesimismo barojiano y el escepticismo, como en Schopenhauer y Nietzsche. Tenemos un buen ejemplo en El árbol de la ciencia. Su protagonista, Andrés Hurtado, lector de Schopenhauer, se inclina a la inactividad

-          Preferencia por los espectáculos pintorescos, con fondo de tragedia grotesca; se aparta, en cambio, de las reuniones burguesas

-          Lo más logrado de la expresión barojiana son los diálogos. No faltan los parlamentos largos, pero predomina la forma coloquial, directa, cortada, convincente, con envidiable sensación de naturalidad. Nos parece estar oyendo a personajes vivos.

TEXTO 1

  Anochece. Se oye el traqueteo persistente de un carro; tintinea a intervalos una esquila. El cielo está pálido; la negrura ha ascendido de los barrancos a las cumbres, los bancales, las viñas, los almendros, se confunden en una mancha informe. Destacan indecisos los bosquecillos de pinos en las laderas. La laguna desaparece borrosa. Y vibra una canción lejana que sube, baja, ondula, plañe, ríe, calla…

El campo está en silencio. Pasan grandes insectos que zumban un instante; suena de cuando en cuando la flauta de un cuclillo; un murciélago gira calladamente entre los pinos. Y los grillos abren su coro rítmico, los comunes en notas rápidas y afanosas, los reales en una larga, amplia y sostenida nota sonora.

Ya el campo reposa en las tinieblas. De pronto parpadea a lo lejos una fogata. Y de los confines remotos llega y retumba en todo el valle el formidable y sordo rumor de un tren que pasa…

 La casa se levanta en lo hondo del collado, sobre una ancha explanada. Tiene la casa cuatro cuerpos en pintorescos altibajos. El primero es de un solo piso terrero; el segundo, de tres; el tercero, de dos; el cuarto, de otros dos.





TEXTO 2

   No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería. Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores.



TEXTO 3

Se acercaron los dos a la verja. Era aquello un conclave de mendigos, un conciliábulo de Corte de los Milagros. Las mujeres ocupaban casi todo el patio; en un extremo, cerca de una capilla, se amontonaban los hombres; no se veían más que caras hinchadas, de estúpida apariencia; narices inflamadas y bocas torcidas; viejas gordas y pesadas como ballenas, melancólicas; viejezuelas esqueléticas, de boca hundida y nariz de ave rapaz; mendigas vergonzantes con la barba verrugosa, llena de pelos, y la mirada entre irónica y huraña; mujeres jóvenes, flacas y extenuadas, desmelenadas y negras; y todas, viejas y jóvenes, envueltas en trajes raídos, remendados, zurcidos, vueltos a remendar hasta no dejar una pulgada sin su remiendo. Los mantones, verdes, de color de aceituna, y el traje triste ciudadano, alternaban con los refajos de bayeta, amarillos y rojos, de las campesinas.

Roberto paseó mirando con atención el interior del patio. Manuel le seguía indiferente.

Entre los mendigos, un gran número lo formaban los ciegos; había lisiados, cojos, mancos; unos hieráticos, silenciosos y graves; otros movedizos. Se mezclaban las anguarinas pardas con las americanas raídas y las blusas sucias. Algunos andrajosos llevaban a la espalda sacos y morrales negros; otros, enormes cachiporras en la mano; un negrazo, con la cara tatuada a rayas profundas, esclavo, sin duda, en otra época, envuelto en harapos, se apoyaba en la pared con indiferencia digna; por entre hombres y mujeres correteaban los chiquillos descalzos y los perros escuálidos; y todo aquel montón de mendigos, revuelto, agitado, palpitante, bullía como una gusanera.





TEXTO 4

   La idea del mundo de la Venancia era un poco caprichosa. Para ella el rico, sobre todo el aristócrata, pertenecía

a una clase superior a la humana.

   Un aristócrata tenía derecho a todo, al vicio, a la inmoralidad, al egoísmo; estaba corno por encima de la moral corriente. Una pobre como ella, voluble, egoísta o adúltera, le parecía una cosa monstruosa; pero esto mismo en una señorona lo encontraba disculpable.

    A Andrés le asombraba una filosofía tan extraña, por la cual el que posee salud, fuerza, belleza y privilegios tiene más derecho a otras ventajas, que el que no conoce más que la enfermedad, la debilidad, lo feo y lo sucio.

   Aunque no se sabe la garantía científica que tenga, hay en el cielo católico, según la gente, un santo, San Pascual Bailón, que baila delante del Altísimo, y que dice siempre: “Más, más, más”.   Si uno tiene suerte, le da más, más, más; si tiene desgracia, le da también más, más, más. Esta filosofía bailonesca era la de la señora Venancia.

    La señora Venancia mientras planchaba, contaba historias de sus amos. Andrés fue a oírla con gusto.

    La primera ama donde sirvió la Venancia era una mujer caprichosa y loca, de un humor endiablado; Pegaba a los hijos, al marido, a los criados, y le gustaba enemistar a sus amigos.

    Una de las maniobras que empleaba era hacer que uno se escondiera detrás de una cortina al llegar otra persona y a ésta le incitaba para que hablase mal del que estaba escondido y le oyese.

     La dama obligaba a su hija mayor a vestirse de manera pobre y ridícula, con el objeto de que nadie se fijara en ella. Llegó en su maldad hasta esconder unos cubiertos en el jardín y acusar a un criado de ladrón y hacer que lo llevaran a la cárcel.

    Una vez en esta casa, la Venancia velaba a uno de los hijos de la señora que se encontraba muy grave. El niño estaba en la agonía y a eso de las diez de la noche murió. La Venancia fue llorando a avisar a su señora lo que ocurría, y se la encontró vestida para un baile. Le dio la triste noticia y ella dijo: “Bueno, no digas nada ahora”. La señora se fue al baile, y cuando volvió comenzó a llorar haciéndose la desesperada.

    —¡Qué loba! —dijo Lulú al oír la narración.

   De esta casa la señora Venancia había pasado a otra de una duquesa muy guapa, muy generosa, pero de un desenfreno terrible.

    —Aquella tenía los amantes a pares —dijo la Venancia— Muchas veces iba a la iglesia de Jesús con un hábito de estameña parda, y pasaba allí horas y horas rezando, y a la salida la esperaba su amante en coche y se iba con él.

    —Un día —contó la planchadora— estaba la duquesa con su querido en la alcoba, yo dormía en un cuarto próximo que tenía una puerta de comunicación. De pronto oigo un estrépito de campanillazos y de golpes. Aquí está el marido —pensé—. Salté de la cama y entré por la puerta excusada en la habitación de mi señora.

    El duque, a quien había abierto algún criado, golpeaba furioso la puerta de la alcoba; la puerta no tenía más que un pestillo ligero, que hubiera cedido a la menor fuerza; yo la atranqué con el palo de una cortina. El amante, azorado, no sabía qué hacer; estaba en una facha muy ridícula. Yo le llevé por la puerta excusada, le di las ropas de mi marido y le eché a la escalera. Después me vestí de prisa y fui a ver al duque, que bramaba furioso, con una pistola en la mano, dando golpes en la puerta de la alcoba. La señora, al oír mi voz, comprendió que la situación estaba salvada y abrió la puerta. El duque miró por todos los rincones, mientras ella le contemplaba tan tranquila. Al día siguiente, la señora me besó y me abrazó, y me dijo que se arrepentía de todo corazón, que en adelante iba a hacer una vida recatada; pero a los quince días ya tenía otro amante.



TEXTO 5

Al comenzar el cuarto año se le ocurrió a Julio Aracil asistir a unos cursos de enfermedades venéreas que daba un médico en el Hospital de San Juan de Dios. Aracil invitó a Montaner y a Hurtado a que le acompañaran; unos meses después iba a haber exámenes de alumnos internos para ingreso en el Hospital General; pensaban presentarse los tres, y no estaba mal el ver enfermos con frecuencia.

    La visita en San Juan de Dios fue un nuevo motivo de depresión y melancolía para Hurtado. Pensaba que por una causa o por otra el mundo le iba presentando su cara más fea.

A los pocos días de frecuentar el hospital, Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura. Lamela, sin pensarlo, viviendo con sus ilusiones, tomaba las proporciones de un sabio.

Aracil, Montaner y Hurtado visitaron una sala de mujeres de San Juan de Dios.  

     Para un hombre excitado e inquieto como Andrés, el espectáculo tenía que ser deprimente. Las enfermas eran de lo más caído y miserable. Ver tanta desdichada sin hogar, abandonada, en una sala negra, en un estercolero humano; comprobar y evidenciar la podredumbre que envenena la vida sexual, le hizo a Andrés una angustiosa impresión.



TEXTO 6

   En esta época era todavía Madrid una de las pocas ciudades que conservaba espíritu romántico.

Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmulas prácticas para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente físico y moral. Tales fórmulas, tal especial manera de ver, constituye un pragmatismo útil, simplificador, sintetizador.

    El pragmatismo nacional cumple su misión mientras deja paso libre a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece, las ideas y los hechos toman perspectivas falsas. En un ambiente de ficciones, residuo de un pragmatismo viejo y sin renovación vivía el Madrid de hace años.

 Otras ciudades españolas se habían dado alguna cuenta de la necesidad de transformarse y de cambiar; Madrid seguía inmóvil, sin curiosidad, sin deseo de cambio.

El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres, pensando, como decía el profesor de Química con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado.


2 comentarios: