GENERACIÓN
DEL 98
- PRINCIPALES RASGOS CULTURALES Y LITERARIOS
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El fondo filosófico. Basado en la lectura de los existencialistas Schopenhauer
y Kierkegaard; Bergson y Nietzsche.
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Existencialismo
de Schopenhauer y Kierkegaard. En la literatura se repiten ciertas constantes:
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Una
angustia vital, producto de la contradicción entre el ansia de eternidad y la
naturaleza mortal del hombre.
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Una
rebeldía ante Dios, o su negación, por consentir ese absurdo, que deja al
hombre frente a su propio destino en la más absoluta soledad y desorientación.
·
Un
pesimismo sombrío, consecuencia de una existencia a la que no le encuentran
sentido.
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Bergson
en Antonio Machado. Es un discurso que
pone en cuestión la primacía de la
Ciencia –mito central del pensamiento liberal-, rechaza el
positivismo y reivindica la función de la metafísica. Un discurso que proclama
la conciencia como primer mecanismo del conocimiento por encima de la razón y
de la experiencia. Hay que destacar también relacionado con él el ensueño, el
soñar despierto.
·
Nihilismo
de Nietzsche, principalmente en Baroja.
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El tema de España. Es visto desde la perspectiva de su decadencia. Castilla
como paradigma del binomio grandeza-miseria de la patria. Esa grandeza la
encuentran en su pasado, en su historia.
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El tema del sentido de la vida, el paso del tiempo o la muerte se relacionan
con el Existencialismo ya citado.
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En los protagonistas de las novelas se ve el mismo hastío de vivir, su
<<angustia vital>>.
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De jóvenes son agnósticos y anticlericales, tal vez por el catolicismo
insustancial de la España
del momento y la alianza del clero con los conservadores. Con el tiempo fueron
evolucionando, excepto Baroja (Azorín termina confesando más adelante un
<<catolicismo firme, limpio, tranquilo>>; Unamuno quiere creer).
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Voluntad de crear una literatura con géneros renovados, con mayor carga
ideológica y menos retórica.
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Rechazo del canon romántico del siglo XIX.
- AZORÍN
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Nace en Monóvar (Alicante), en 1873
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Dedica páginas a describir el paisaje y lasformas de vida de su
provincia levantina.
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Atracción
po las «terresfondes» de Castilla, capta la entraña histórica, el
sosiego de sus pueblos y ciudades
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Estas
dos determinantes geográficas ambientan las primeras novelas azorinianas: La voluntad(1902), Antonio Azorín(1903) Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
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Rompe
ya en sus primeras novelas con algunos procedimientos narrativos
decimonónicos:Aunque emplea la pormenorización descriptiva de la escuela
realista-naturalista, su técnica es impresionista,
con sus cambiantes matizaciones lumínicas, consigue una estructura sintáctica
paratáctica, recortada en yuxtaposicionesasindéticas, muy distinta de los
largos períodos hipotácticos decimonónicos.
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La
preferencia por la estampa, el gusto
por el cuadro, se diferencian de la
acumulación naturalista por el fino espíritu de selección de sensaciones, por
la adjetivación, por la emoción anímica característica de los escritores del
98.
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Pero
al lado de las actitudes literarias del protagonista, se mueven fugazmente figuras populares, vidas opacas y
anodinas.
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Predominan
los elementos estáticos. La acción se remansa, se inmoviliza. Los diálogos son
parcos. La peripecia novelesca carece de fuertes incidencias. Pero podemos
considerar como tensiones las sutiles variaciones, las concretas obsesiones del
héroe, la quieta vida de los pueblos, la vulgaridad y la monotonía.
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Ahonda en el problema de España. Descubre el pesimismo, la
protesta, la renegación, la «ruina viva»
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Opone
a la pasiva resignación, a la tristeza y al dolor, el goce espontáneo de la
vida, de la naturaleza, del agua, de las comodidades dadas por el progreso.
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Plantea la situación política, aduce datos históricos; califica al
catolicismo español de «hueco, agresivo, intolerante»; critica los
procedimientos de cultivo.
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Denuncia la decadencia de la ganadería; traza este angustioso,
este desnudo juicio del subdesarrollo del país.
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De la historia no son los grandes hechos los que interesan, sino
<<la sutil trama de la vida cotidiana>>
- BAROJA
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De
su novela La casa de Aizgorri (1901),
Azorín, en La voluntad, había
destacado su técnica impresionista.
EnCamino
de perfección (1902), pese a que hay episodios paralelos a La voluntad de su amigo Azorín, como el
viaje de ambos protagonistas a Toledo, hay grandes diferencias, pues si en la
de Azorín predomina el estatismo, en la de Baroja es celeridad y nervio; lo que
en Azorín es el resultado de una bulimia ideológica que llega a la pedantería,
en Baroja se hace narratividad pura.
-
En 1904 publica La busca, que con Mala hierba
y Aurora roja constituiría la primera
de las trilogías de Baroja, “La lucha por la vida”. Aquí, la vida por la que
luchan unos y otros se sitúa en el plano inclinado que va de las pensiones de
mala muerte y las calles del centro, los talleres artesanos en que trabaja
Manuel a los distritos del sur de Madrid -La Latina o La Inclusa-, las casas de
corredor y, en general, ambientes de miseria. Allí pululan estafadores y
buscavidas, randas y ladronzuelos, mendigos y lisiados, chulos y prostitutas,
enfermos que mueren en la calle, gentes que van a ver fusilar un soldado.Sombríos ambientes, sus pinceladas
irónicas, su desfile de tipos marginales, nos llevan a la lejana tradición de
la picaresca.
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Evoluciona
del naturalismo decimonónico al expresionismo. Los cielos incandescentes y
ensangrentados de Madrid y los contrastes con la oscuridad de la noche y de la
miseria circundante cobran tintes expresionistas.
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El
novelista vasco muestra en esta trilogía predilección por la tipología
romántica del emigrado, el rebelde, el prisionero, el criminal, pero los pone
en acción con un procedimiento personal
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La
formación intelectual de Baroja es decimonónica; se interesa por los
científicos Darwin, Pasteur, Claude Bernard, por los filósofos Nietzsche y
Schopenhauer; aplica el procedimiento especular de Stendhal; confiesa su
preferencia por Larra, Dickens, Balzac, Poe, Dostoyevski, Tolstoi...
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El
pesimismo barojiano y el escepticismo, como en Schopenhauer y Nietzsche.
Tenemos un buen ejemplo en El árbol de la
ciencia. Su protagonista, Andrés Hurtado, lector de
Schopenhauer, se inclina a la inactividad
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Preferencia
por los espectáculos pintorescos, con fondo de tragedia grotesca; se aparta, en
cambio, de las reuniones burguesas
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Lo más logrado de la expresión
barojiana son los diálogos. No faltan los parlamentos largos, pero predomina la
forma coloquial, directa, cortada, convincente, con envidiable sensación de
naturalidad. Nos parece estar oyendo a personajes vivos.
TEXTO 1
Anochece. Se oye el traqueteo persistente de
un carro; tintinea a intervalos una esquila. El cielo está pálido; la negrura
ha ascendido de los barrancos a las cumbres, los bancales, las viñas, los
almendros, se confunden en una mancha informe. Destacan indecisos los
bosquecillos de pinos en las laderas. La laguna desaparece borrosa. Y vibra una
canción lejana que sube, baja, ondula, plañe, ríe, calla…
El
campo está en silencio. Pasan grandes insectos que zumban un instante; suena de
cuando en cuando la flauta de un cuclillo; un murciélago gira calladamente
entre los pinos. Y los grillos abren su coro rítmico, los comunes en notas
rápidas y afanosas, los reales en una larga, amplia y sostenida nota sonora.
Ya
el campo reposa en las tinieblas. De pronto parpadea a lo lejos una fogata. Y
de los confines remotos llega y retumba en todo el valle el formidable y sordo
rumor de un tren que pasa…
La casa se levanta en lo hondo del collado,
sobre una ancha explanada. Tiene la casa cuatro cuerpos en pintorescos altibajos.
El primero es de un solo piso terrero; el segundo, de tres; el tercero, de dos;
el cuarto, de otros dos.
TEXTO 2
No puede ver el mar la solitaria y
melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas,
yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos
rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos
alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un
riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas
deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la
ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y
vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a
los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la
salida de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega
en el silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico,
largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería. Estos labriegos
secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de
las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales.
Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden
cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por
los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las
novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no
que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores.
TEXTO 3
Se
acercaron los dos a la verja. Era aquello un conclave de mendigos, un
conciliábulo de Corte de los Milagros. Las mujeres ocupaban casi todo el patio;
en un extremo, cerca de una capilla, se amontonaban los hombres; no se veían
más que caras hinchadas, de estúpida apariencia; narices inflamadas y bocas
torcidas; viejas gordas y pesadas como ballenas, melancólicas; viejezuelas
esqueléticas, de boca hundida y nariz de ave rapaz; mendigas vergonzantes con
la barba verrugosa, llena de pelos, y la mirada entre irónica y huraña; mujeres
jóvenes, flacas y extenuadas, desmelenadas y negras; y todas, viejas y jóvenes,
envueltas en trajes raídos, remendados, zurcidos, vueltos a remendar hasta no
dejar una pulgada sin su remiendo. Los mantones, verdes, de color de aceituna,
y el traje triste ciudadano, alternaban con los refajos de bayeta, amarillos y
rojos, de las campesinas.
Roberto
paseó mirando con atención el interior del patio. Manuel le seguía indiferente.
Entre los
mendigos, un gran número lo formaban los ciegos; había lisiados, cojos, mancos;
unos hieráticos, silenciosos y graves; otros movedizos. Se mezclaban las
anguarinas pardas con las americanas raídas y las blusas sucias. Algunos
andrajosos llevaban a la espalda sacos y morrales negros; otros, enormes
cachiporras en la mano; un negrazo, con la cara tatuada a rayas profundas,
esclavo, sin duda, en otra época, envuelto en harapos, se apoyaba en la pared
con indiferencia digna; por entre hombres y mujeres correteaban los chiquillos
descalzos y los perros escuálidos; y todo aquel montón de mendigos, revuelto,
agitado, palpitante, bullía como una gusanera.
TEXTO 4
La idea del mundo de la Venancia era un poco
caprichosa. Para ella el rico, sobre todo el aristócrata, pertenecía
a una clase superior
a la humana.
Un aristócrata tenía derecho a todo, al
vicio, a la inmoralidad, al egoísmo; estaba corno por encima de la moral
corriente. Una pobre como ella, voluble, egoísta o adúltera, le parecía una
cosa monstruosa; pero esto mismo en una señorona lo encontraba disculpable.
A Andrés le asombraba una filosofía tan
extraña, por la cual el que posee salud, fuerza, belleza y privilegios tiene
más derecho a otras ventajas, que el que no conoce más que la enfermedad, la
debilidad, lo feo y lo sucio.
Aunque no se sabe la garantía científica que
tenga, hay en el cielo católico, según la gente, un santo, San Pascual Bailón,
que baila delante del Altísimo, y que dice siempre: “Más, más, más”. Si uno tiene suerte, le da más, más, más; si
tiene desgracia, le da también más, más, más. Esta filosofía bailonesca era la
de la señora Venancia.
La señora Venancia mientras planchaba,
contaba historias de sus amos. Andrés fue a oírla con gusto.
La primera ama donde sirvió la Venancia era
una mujer caprichosa y loca, de un humor endiablado; Pegaba a los hijos, al
marido, a los criados, y le gustaba enemistar a sus amigos.
Una de las maniobras que empleaba era hacer
que uno se escondiera detrás de una cortina al llegar otra persona y a ésta le
incitaba para que hablase mal del que estaba escondido y le oyese.
La dama obligaba a su hija mayor a
vestirse de manera pobre y ridícula, con el objeto de que nadie se fijara en
ella. Llegó en su maldad hasta esconder unos cubiertos en el jardín y acusar a
un criado de ladrón y hacer que lo llevaran a la cárcel.
Una vez en esta casa, la Venancia velaba a
uno de los hijos de la señora que se encontraba muy grave. El niño estaba en la
agonía y a eso de las diez de la noche murió. La Venancia fue llorando a avisar
a su señora lo que ocurría, y se la encontró vestida para un baile. Le dio la
triste noticia y ella dijo: “Bueno, no digas nada ahora”. La señora se fue al
baile, y cuando volvió comenzó a llorar haciéndose la desesperada.
—¡Qué loba! —dijo Lulú al oír la narración.
De esta casa la señora Venancia había pasado
a otra de una duquesa muy guapa, muy generosa, pero de un desenfreno terrible.
—Aquella tenía los amantes a pares —dijo la
Venancia— Muchas veces iba a la iglesia de Jesús con un hábito de estameña
parda, y pasaba allí horas y horas rezando, y a la salida la esperaba su amante
en coche y se iba con él.
—Un día —contó la planchadora— estaba la
duquesa con su querido en la alcoba, yo dormía en un cuarto próximo que tenía
una puerta de comunicación. De pronto oigo un estrépito de campanillazos y de
golpes. Aquí está el marido —pensé—. Salté de la cama y entré por la puerta
excusada en la habitación de mi señora.
El duque, a quien había abierto algún
criado, golpeaba furioso la puerta de la alcoba; la puerta no tenía más que un
pestillo ligero, que hubiera cedido a la menor fuerza; yo la atranqué con el
palo de una cortina. El amante, azorado, no sabía qué hacer; estaba en una
facha muy ridícula. Yo le llevé por la puerta excusada, le di las ropas de mi
marido y le eché a la escalera. Después me vestí de prisa y fui a ver al duque,
que bramaba furioso, con una pistola en la mano, dando golpes en la puerta de
la alcoba. La señora, al oír mi voz, comprendió que la situación estaba salvada
y abrió la puerta. El duque miró por todos los rincones, mientras ella le
contemplaba tan tranquila. Al día siguiente, la señora me besó y me abrazó, y
me dijo que se arrepentía de todo corazón, que en adelante iba a hacer una vida
recatada; pero a los quince días ya tenía otro amante.
TEXTO 5
Al comenzar el cuarto año se le ocurrió a Julio
Aracil asistir a unos cursos de enfermedades venéreas que daba un médico en el
Hospital de San Juan de Dios. Aracil invitó a Montaner y a Hurtado a que le
acompañaran; unos meses después iba a haber exámenes de alumnos internos para
ingreso en el Hospital General; pensaban presentarse los tres, y no estaba mal
el ver enfermos con frecuencia.
La visita
en San Juan de Dios fue un nuevo motivo de depresión y melancolía para Hurtado.
Pensaba que por una causa o por otra el mundo le iba presentando su cara más
fea.
A los pocos días de frecuentar el hospital, Andrés
se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi
matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser
inteligente constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la
inconsciencia y de la locura. Lamela, sin pensarlo, viviendo con sus ilusiones,
tomaba las proporciones de un sabio.
Aracil, Montaner y Hurtado visitaron una sala de
mujeres de San Juan de Dios.
Para un
hombre excitado e inquieto como Andrés, el espectáculo tenía que ser
deprimente. Las enfermas eran de lo más caído y miserable. Ver tanta desdichada
sin hogar, abandonada, en una sala negra, en un estercolero humano; comprobar y
evidenciar la podredumbre que envenena la vida sexual, le hizo a Andrés una
angustiosa impresión.
En esta época era todavía Madrid una de las
pocas ciudades que conservaba espíritu romántico.
Todos
los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmulas prácticas para la vida,
consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente físico y moral. Tales
fórmulas, tal especial manera de ver, constituye un pragmatismo útil,
simplificador, sintetizador.
El pragmatismo nacional cumple su misión
mientras deja paso libre a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces
la normalidad de un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece, las ideas y los
hechos toman perspectivas falsas. En un ambiente de ficciones, residuo de un
pragmatismo viejo y sin renovación vivía el Madrid de hace años.
Otras ciudades españolas se habían dado alguna
cuenta de la necesidad de transformarse y de cambiar; Madrid seguía inmóvil,
sin curiosidad, sin deseo de cambio.
El
estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte
con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las
mujeres, pensando, como decía el profesor de Química con su solemnidad
habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado.
Muy interesante, lo utilizaré para mis clases.
ResponderEliminarMuchas gracias
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