domingo, 17 de febrero de 2019

Unamuno y Valle-Inclán


  1. UNAMUNO
     Es el mejor ensayista de la época, que lo refleja en escritos en los que muestra preocupación por temas metafísicos, existenciales, sociales, políticos, filosóficos o religiosos. También destacó en novela, poesía y teatro, géneros que se ven impregnados también des sus preocupaciones metafísicas y existenciales.   
     Su primera gran obra es un ensayo, En torno al casticismo (1895), que escribe dentro del ambiente generacionista de fin de siglo. Analiza la decadencia y considera necesario alejarse del tradicionalismo y tipismo españoles. Su alternativa será el acercamiento a Europa (“hay que europeizar España” dirá) y a una realidad para la que necesita acuñar un término nuevo: la intrahistoria, es decir, la vida de los hombres y mujeres no célebres, los que trabajan en silencio cada día.  Son sus años de progresista, cuando abrazó el marxismo y se vio impregnado por ideas krausistas.
     Unamuno sufre una crisis en 1897 tras la muerte de su tercer hijo, Raimundín, y su descontento con las ideas socialistas. Unamuno está descubriendo lo que podría denominarse una confesionalidad objetiva. Buen testimonio de ello es su obra Tres ensayos (1900), que incluye “Adentro”, “La ideocracia” y “La fe”.  Sufre una crisis espiritual, al no poder solventar el problema de la muerte. Sus preocupaciones políticas darán paso a las de orden ético-religioso. Se inscribe así su pensamiento en el llamado mal de siglo.        
    Su gran obra del momento es Amor y pedagogía (1902), sátira común de las ideas positivistas e idealistas a la altura de 1890, basadas en el interés por la psicología del conocimiento y su latente idea de encerrar el mundo en una explicación única. Como en Baroja y Azorín, aparece un maestro, ahora Entrambosmares.  Después de una novela redactada con una técnica próxima aún a la novela realista, Paz en la guerra (1897), en Amor  y pedagogía (1902) rompe con las formas de narrar tradicionales y se aproxima al género ensayo. Como parte de la crítica no la acepta como novela, acuña el término nivola
     En el largo apéndice Apuntes para un tratado de cocotología, obra inédita de Entrambosmares, es una burla de la ambición humana de reducir todo a método, a sistema.
      En Vida de don Quijote y Sancho (1905) hace una lectura romántica de la obra cervantina. Pretendía crear una “religión nacional” quijotesca a medias entre el repudio de la política, la exaltación del espíritu creador y el desdén estoico por el llamado progreso.
     Como el tema social siempre le había interesado, su preocupación por España y su desencanto con el socialismo y con las ideas que habían venido de Europa le hacen añorar ahora su liberalismo decimonónico, por lo que a partir de 1906 vuelve del revés su inicial idea de europeizar España, que cambia por la de “españolizar Europa”, opinando ahora que Europa necesita para su regeneración moral de un fondo espiritual español. 
     En adelante, el irracionalismo de Unamuno hace de la ambivalencia, de la contradicción entre los opuestos, del gusto por la paradoja, el camino intelectual para profundizar en la interioridad.  Expresa con esto la imposibilidad de una construcción filosófica del mundo completa y acabada. Para él, su estado agónico está causado también por el hecho de que no se pueda probar racionalmente la existencia de Dios.  A este estado agónico contribuyen el miedo a la muerte y la necesidad de creer en un Dios que garantice la inmortalidad personal. Estas ideas se reflejan en otro ensayo, Del sentimiento trágico de la vida (1913).
     Su preocupación por la muerte está ya en su primera gran novela, Niebla (1913), en la que aparece un personaje que se dirige al propio Unamuno así: “Usted también se morirá, don Miguel, morirá usted y morirá todos los que piensan”. Se enfrenta su personaje al autor. Hay un evidente paralelismo: el escritor queda enfrentado a Dios, el creador de su realidad.
     La novela de Unamuno supone una ruptura con la realista, pues, dice, el realismo es <<cosa puramente externa, aparencial, cortical y anecdótica>>. Unamuno juega con las técnicas narrativas, con la estructura de los relatos y con la concepción misma de los personajes.
     Del resto de novelas destacamos La tía Tula (1921) y San Manuel Bueno, mártir (1930)


2.       Valle-Inclán
     Aprende a manejar en su juventud las fuentes francesas, con su sentido del misterio, el diálogo galante, la alusión literaria de aire casual y cierto humor entre nonchalante y cínico.
    Sus Sonatas (1902-1905) están en la órbita del simbolismo. En ellas, aparece un personaje, Xavier, marqués de Bradomín, surgido en un cuento llamado “¿Cuento de amor?” (1901), donde ya se anticipa la relación con su prima Concha.
  En Sonata de otoño (1902) aparece la trama erótica. Bradomín es representante de la ficticia aristocracia carlista, pero también libertina.
   Sonata de estío (1903) es una aventura erótica de la lejana juventud del Marqués con la niña Chole (del anterior cuento “La niña Chole”), de la que descubre el incesto con su padre.
    Sonata de primavera (1904) relata el episodio amoroso con María Rosario, la enamorada pero timorata princesita Gaetani.
    Sonata de invierno, con un Bradomín ya sexagenario, es sobre su relación con son Maximina, que, en realidad, es hija suya.
    Nos hallamos ante un esteticismo decadentista prototípico que no deja de evocarse con puntas de ironía (diálogos de espesa cortesanía, arcaísmos chirriantes, adjetivos solemnes), pero que también se dibuja sobre una dimensión trágica siempre presente; a ella corresponden la culpabilidad y el castigo, el sufrimiento y el remordimiento, el misterio y lo diabólico.
     Aunque la etapa de los esperpentos no se inicia hasta los años veinte y es indudable la huella del Modernismo en él, en Valle-Inclán estará siempre presente la farsa, la crítica, la parodia, la ironía y el humor (a veces, humor negro).
     Podíamos establecer un paralelismo con la obra romántica de Zorrilla, pues ambos se valen del mismo recurso: echan mano como soporte formal de la moda imperante (en el caso de Zorrilla, la moda romántica; en el caso de Valle-Inclán, la modernista) para criticar los recursos expresivos y los personajes típicos de cada género.
     Son rasgos propios del Modernismo la música, el simbolismo, el ambiente misterioso y de leyenda, los jardines preciosos y lujosos interiores, que, sin embargo, ofrecen su contrapunto con la ironía y el distanciamiento de sus propios personajes, fundamentalmente con el donjuán, el Marqués de Bradomín, “feo, católico y sentimental”. Son, pues, las Sonatas, a la vez, la suma y burla de los tópicos del fin de siglo.   


TEXTO 1
    Las olas de la historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo no llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombre sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y  van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentira que suele ir a buscar al pasado enterrado en los libros y papeles, y monumentos, y piedras.
TEXTO 2
––“¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto?  ––y   empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no!  ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse!  ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto  ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a  ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel  ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...”

Niebla, Unamuno

TEXTO 3
     E iba corriendo el tiempo y observábamos mi hermano y yo que las fuerzas de don Manuel empezaban a decaer, que ya no lograba contener del todo la insondable tristeza que le consumía, que acaso una enfermedad traidora le iba minando el cuerpo y el alma. Y Lázaro, acaso para distraerle más, le propuso si no estaría bien que fundasen en la iglesia algo así como un sindicato católico agrario.
     - ¿Sindicato? –respondió tristemente don Manuel- ¿Sindicato? Y ¿qué es eso? Yo no conozco más sindicato que la iglesia, y ya sabes aquello de “mi reino no es de este mundo”. Nuestro reino, Lázaro, no es de este mundo… 
     - ¿Y del otro?
     Don Manuel bajó la cabeza:
    - El otro, Lázaro, está aquí también, porque hay dos reinos en este mundo. O mejor, el otro mundo…, vamos, que no sé lo que me digo. Y en cuanto eso del sindicato, es en ti un resabio de tu época de progresismo. No, Lázaro, no; la religión no es para resolver los conflictos económicos o políticos de este mundo que Dios entregó a las disputas de los hombres. Piensen los hombres y obren los hombres como pensaren y como obraren, que se consuelen de haber nacido, que vivan lo más contentos que puedan en la ilusión de que todo esto tienen una finalidad. Yo no he venido a someter los pobres a los ricos, ni a predicar a estos que se sometan a aquellos. Resignación y caridad en todos y para todos. Porque también el rico tiene que resignarse a su riqueza, y a la vida, y también el pobre tiene que tener caridad para con el rico. ¿Cuestión social? Deja eso, eso no nos concierne. Que traen una nueva sociedad, en que no haya ya ni ricos ni pobres, en que esté justamente repartida la riqueza, en que todo sea de todos, ¿y qué? ¿Y no crees que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio de la vida? Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio…, opio… Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe. Yo mismo, con esta mi loca actividad, me estoy administrando opio. Y no logro dormir bien, y menos soñar bien. ¡Esta terrible pesadilla! Y yo también puedo decir con el Divino Maestro: “Mi alma está triste hasta la muerte”. No, Lázaro, no; nada de sindicatos por nuestra parte. Si lo forman ellos, me parecerá bien, pues que así se distraen. Que jueguen al sindicato, si eso les contenta.

LÁZARO es el Unamuno joven y DON MANUEL es el Unamuno mayor.
La religión es el opio del pueblo.
Son los primeros intelectuales que se preocupan por la pobreza.
Censura a Marx, a los progresistas, a los filósofos.
Hay ricos y pobres. Pero el pobre puede sentir lástima por el rico.

TEXTO 4
   Una alma humana vale por todo el universo, ha dicho no sé quién, pero ha dicho egregiamente. Un alma humana, ¿eh? No una vida. La vida esta no. Y sucede que a medida que se cree menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente, personal y concreta, se exagerará más el valor de la pobre vida pasajera. De aquí arrancan todas las afeminadas sensiblerías contra la guerra. Sí, uno no debe querer morir, pero la otra muerte. «El que quiera salvar su vida, la perderá», dice el Evangelio; pero no dice el que quiera salvar su alma, el alma inmortal. O que creemos y queremos que lo sea.
    Y todos los definidores del objetivismo no se fijan, o mejor dicho, no quieren fijarse, que al afirmar un hombre su yo, su conciencia personal, afirma al hombre, al hombre concreto y real, afirma el verdadero humanismo -fue no es el de las cosas del hombre, sino el del hombre-, y al afirmar al hombre, afirma la conciencia. Porque la única conciencia de que tenemos conciencia es la del hombre. El mundo es para la conciencia. O, mejor dicho, este para, esta noción de finalidad, y mejor que noción sentimiento, este sentimiento teológico no nace sino donde hay conciencia. Conciencia y finalidad son la misma cosa en el fondo.

Del sentimiento trágico de la vida, Unamuno.

Egregiamente: Ilustremente.
Sentimiento religioso.

TEXTO 5
    Y es que las ciencias, importándonos tanto y siendo indispensables para nuestra vida y nuestro pensamiento, nos son, en cierto sentido, más extrañas que la filosofía. Cumplen un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros. Son, en el fondo, cosa de economía. Un nuevo descubrimiento científico, de los que llamamos teóricos, es como un descubrimiento mecánico; el de la máquina de vapor, el teléfono, el fonógrafo, el aeroplano, una cosa que sirve para algo. Así, el teléfono puede servirnos para comunicarnos a distancia con la mujer amada. ¿Pero esta para qué nos sirve? Toma uno el tranvía eléctrico para ir a oír una ópera; y se pregunta: ¿cuál es, en este caso, más útil, el tranvía o la ópera? La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida, y como consecuencia de esa concepción, un sentimiento que engendre una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa de ella. Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y esta, como todo lo afectivo, tiene raíces subconscientes, inconscientes tal vez.

Del sentimiento trágica de la vida, Unamuno.
Positivismo.
Intimismo: Se cierra en sí mismo.
Materialismo.

TEXTO 6
     Estábamos sentados en el sofá y hacía mucho tiempo que hablábamos. La pobre Concha me contaba su vida durante aquellos dos años que estuvimos sin vernos. Una de esas vidas silenciosas y resignadas que miran pasar los días con una sonrisa triste, y lloran de noche en la oscuridad. Yo no tuve que contarle mi vida. Sus ojos parecían haberla seguido desde lejos, y la sabían toda. ¡Pobre Concha! Al verla demacrada por la enfermedad, y tan distinta y tan otra de lo que había sido, experimenté un cruel remordimiento por haber escuchado su ruego aquella noche en que, llorando y de rodillas me suplicó que la olvidase y que me fuese. ¡Su madre, una santa enlutada y triste, había venido a separarnos! Ninguno de nosotros quiso recordar el pasado y permanecimos silenciosos. Ella resignada. Yo con aquel gesto trágico y sombrío que ahora me hace sonreír. Un hermoso gesto que ya tengo un poco olvidado, porque las mujeres no se enamoran de los viejos, y sólo está bien en un Don Juan juvenil. ¡Ay, si todavía con los cabellos blancos, y las mejillas tristes, y la barba senatorial y augusta, puede quererme una niña, una hija espiritual llena de gracia y de candor! Pero a la pobre Concha el gesto de Satán arrepentido le hacía temblar y enloquecer: era muy buena, y fue por es muy desgraciada. La pobre, dejando asomar a sus labios aquella sonrisa doliente que parecía el alma de una flor enferma, murmuró:
-          ¡Qué distinta pudo haber sido nuestra vida!
-          ¡Es verdad!... Ahora no comprendo cómo obedecí tu ruego. Fue sin duda porque te vi llorar.
-          No seas engañador. Yo creí que volverías … ¡Y mi madre tuvo siempre ese miedo!
-          No volví porque esperaba que tú me llamases. ¡Ah, el Demonio del orgullo!
-          No, no fue el orgullo … Fue otra mujer… Hacía mucho tiempo que me traicionabas con ella. Cuando lo supe, creí morir. ¡Tan desesperada estuve, que consentí en reunirme con mi marido!
     Cruzó las manos mirándome intensamente, y con la voz velada, y temblando su boca pálida, sollozó:
-          ¡Qué dolor cuando adiviné por qué no habías venido! ¡Pero no he tenido para ti un solo día de rencor!
      No me atreví a engañarla en aquel momento, y callé sentimentalmente. Concha pasó sus manos por mis cabellos y enlazando los dedos sobre mi frente, suspiró:
-          ¡Qué vida tan agitada has llevado durante estos dos años! … ¡Tienes casi todo el pelo blanco!...
Yo también suspiré doliente:
-          ¡Ay! Concha, son las penas.
-          No, no son las penas. Otras cosas son … Tus penas no pueden igualarse a las mías, y yo no tengo el pelo blanco…
      Me incorporé para mirarla. Quité el alfilerón de oro con que se sujetaba el nudo de los cabellos, y la onda sedosa y negra rodó sobre sus hombros. 

TEXTO 7
  Anochecía cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y comenzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores lejanos. Era la campiña clásica de las vides y de los olivos, con sus acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa ondulación de los senos femeninos. La silla de posta caminaba por una vieja calzada: Las mulas del tiro sacudían pesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de los cascabeles despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable. La silla de posta seguía siempre la vieja calzada, y mis ojos fatigados de mirar en la noche, se cerraban con sueño. Al fin quedéme dormido, y no desperté hasta cerca del amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el cielo. Poco después, todavía entumecido por la quietud y el frío de la noche, comencé a oír el canto de madrugueros gallos, y el murmullo bullente de un arroyo que parecía despertarse con el sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban negros y sombríos sobre celajes de frío azul. Era la vieja, la noble, la piadosa ciudad de Ligura


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