- UNAMUNO
Es el mejor ensayista de la época, que lo
refleja en escritos en los que muestra preocupación por temas metafísicos,
existenciales, sociales, políticos, filosóficos o religiosos. También destacó
en novela, poesía y teatro, géneros que se ven impregnados también des sus
preocupaciones metafísicas y existenciales.
Su primera gran obra es un ensayo, En torno al casticismo (1895), que escribe dentro del ambiente generacionista de
fin de siglo. Analiza la decadencia y considera necesario alejarse del
tradicionalismo y tipismo españoles. Su alternativa será el acercamiento a
Europa (“hay que europeizar España” dirá) y a una realidad para la que necesita
acuñar un término nuevo: la intrahistoria, es decir, la vida de los hombres y mujeres no célebres,
los que trabajan en silencio cada día.
Son sus años de progresista, cuando abrazó el marxismo y se vio
impregnado por ideas krausistas.
Unamuno sufre una crisis en 1897 tras la
muerte de su tercer hijo, Raimundín, y su descontento con las ideas socialistas.
Unamuno está descubriendo lo que podría denominarse una confesionalidad objetiva. Buen testimonio de ello es su obra Tres ensayos (1900), que incluye
“Adentro”, “La ideocracia” y “La fe”. Sufre una crisis espiritual, al no poder
solventar el problema de la muerte. Sus preocupaciones políticas darán paso a
las de orden ético-religioso. Se inscribe así su pensamiento en el llamado mal
de siglo.
Su gran
obra del momento es Amor y pedagogía
(1902), sátira común de las ideas positivistas e idealistas a la altura de
1890, basadas en el interés por la psicología del conocimiento y su latente
idea de encerrar el mundo en una explicación única. Como en Baroja y Azorín,
aparece un maestro, ahora Entrambosmares.
Después de una novela redactada con una técnica próxima aún a la novela
realista, Paz en la guerra (1897), en
Amor
y pedagogía (1902) rompe con las formas de narrar tradicionales y se
aproxima al género ensayo. Como parte de la crítica no la acepta como novela,
acuña el término nivola
En el
largo apéndice Apuntes para un tratado de cocotología, obra inédita de
Entrambosmares, es una burla de la ambición humana de reducir todo a método, a
sistema.
En Vida
de don Quijote y Sancho (1905) hace una lectura romántica de la obra
cervantina. Pretendía crear una “religión nacional” quijotesca a medias entre
el repudio de la política, la exaltación del espíritu creador y el desdén
estoico por el llamado progreso.
Como el tema social siempre le había
interesado, su preocupación por España y su desencanto con el socialismo y con
las ideas que habían venido de Europa le hacen añorar ahora su liberalismo
decimonónico, por lo que a partir de 1906 vuelve del revés su inicial idea de
europeizar España, que cambia por la de “españolizar Europa”, opinando ahora
que Europa necesita para su regeneración moral de un fondo espiritual
español.
En adelante, el irracionalismo de Unamuno
hace de la ambivalencia, de la contradicción entre los opuestos, del gusto por
la paradoja, el camino intelectual para profundizar en la interioridad. Expresa con esto la imposibilidad de una
construcción filosófica del mundo completa y acabada. Para él, su estado
agónico está causado también por el hecho de que no se pueda probar
racionalmente la existencia de Dios. A
este estado agónico contribuyen el miedo a la muerte y la necesidad de creer en
un Dios que garantice la inmortalidad personal. Estas ideas se reflejan en otro
ensayo, Del sentimiento trágico de la
vida (1913).
Su preocupación por la muerte está ya en
su primera gran novela, Niebla (1913), en la que aparece un personaje que se dirige al
propio Unamuno así: “Usted también se morirá, don Miguel, morirá usted y morirá
todos los que piensan”. Se enfrenta su personaje al autor. Hay un evidente
paralelismo: el escritor queda enfrentado a Dios, el creador de su realidad.
La novela de Unamuno supone una ruptura
con la realista, pues, dice, el realismo es <<cosa puramente externa,
aparencial, cortical y anecdótica>>. Unamuno juega con las técnicas
narrativas, con la estructura de los relatos y con la concepción misma de los
personajes.
Del resto de novelas destacamos La tía
Tula (1921) y San Manuel Bueno, mártir (1930)
2. Valle-Inclán
Aprende a
manejar en su juventud las fuentes francesas, con su sentido del misterio, el
diálogo galante, la alusión literaria de aire casual y cierto humor entre nonchalante y cínico.
Sus Sonatas (1902-1905) están en la órbita
del simbolismo. En ellas, aparece un personaje, Xavier, marqués de Bradomín,
surgido en un cuento llamado “¿Cuento de amor?” (1901), donde ya se anticipa la
relación con su prima Concha.
En Sonata de otoño (1902) aparece la trama
erótica. Bradomín es representante de la ficticia aristocracia carlista, pero
también libertina.
Sonata de
estío (1903) es una aventura erótica de la lejana juventud del Marqués con la
niña Chole (del anterior cuento “La niña Chole”), de la que descubre el incesto
con su padre.
Sonata de
primavera (1904) relata el episodio amoroso con María Rosario, la enamorada
pero timorata princesita Gaetani.
Sonata de
invierno, con un Bradomín ya sexagenario, es sobre su relación con son
Maximina, que, en realidad, es hija suya.
Nos hallamos
ante un esteticismo decadentista prototípico que no deja de evocarse con puntas
de ironía (diálogos de espesa cortesanía, arcaísmos chirriantes, adjetivos
solemnes), pero que también se dibuja sobre una dimensión trágica siempre
presente; a ella corresponden la culpabilidad y el castigo, el sufrimiento y el
remordimiento, el misterio y lo diabólico.
Aunque la
etapa de los esperpentos no se inicia hasta los años veinte y es indudable la
huella del Modernismo en él, en Valle-Inclán estará siempre presente la farsa,
la crítica, la parodia, la ironía y el humor (a veces, humor negro).
Podíamos
establecer un paralelismo con la obra romántica de Zorrilla, pues ambos se
valen del mismo recurso: echan mano como soporte formal de la moda imperante
(en el caso de Zorrilla, la moda romántica; en el caso de Valle-Inclán, la
modernista) para criticar los recursos expresivos y los personajes típicos de
cada género.
Son rasgos
propios del Modernismo la música, el simbolismo, el ambiente misterioso y de
leyenda, los jardines preciosos y lujosos interiores, que, sin embargo, ofrecen
su contrapunto con la ironía y el distanciamiento de sus propios personajes,
fundamentalmente con el donjuán, el Marqués de Bradomín, “feo, católico y
sentimental”. Son, pues, las Sonatas,
a la vez, la suma y burla de los tópicos del fin de siglo.
TEXTO 1
Las olas de la historia, con su rumor y su
espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente
más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo
no llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda
del «presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una
superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez
cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica
que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que
lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones
de hombre sin historia que a todas horas del día y en todos los países del
globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la
oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las
madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la
historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la
inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia.
Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es
la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición
mentira que suele ir a buscar al pasado enterrado en los libros y papeles, y
monumentos, y piedras.
TEXTO 2
––“¡No, no te muevas! ––le
ordené.
––Es que... es que...
––balbuceó.
––Es que tú no puedes
suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse
de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda
matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para
hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté
vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?,
¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de
lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no!
––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y
ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de
explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó
consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde,
que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es,
querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes
matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no
existes...
––¿Cómo que no existo?
––––exclamó.
––No, no existes más que
como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi
fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus
fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje
de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre
hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen
atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al
óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue
recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba
arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una
sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don
Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo
contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario?
––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don
Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no
existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un
pretexto para que mi historia llegue al mundo...”
Niebla,
Unamuno
TEXTO 3
E iba corriendo el tiempo y observábamos
mi hermano y yo que las fuerzas de don Manuel empezaban a decaer, que ya no
lograba contener del todo la insondable tristeza que le consumía, que acaso una
enfermedad traidora le iba minando el cuerpo y el alma. Y Lázaro, acaso para
distraerle más, le propuso si no estaría bien que fundasen en la iglesia algo
así como un sindicato católico agrario.
- ¿Sindicato? –respondió tristemente don
Manuel- ¿Sindicato? Y ¿qué es eso? Yo no conozco más sindicato que la iglesia,
y ya sabes aquello de “mi reino no es de este mundo”. Nuestro reino, Lázaro, no
es de este mundo…
- ¿Y del otro?
Don Manuel bajó la cabeza:
- El otro, Lázaro, está aquí también,
porque hay dos reinos en este mundo. O mejor, el otro mundo…, vamos, que no sé
lo que me digo. Y en cuanto eso del sindicato, es en ti un resabio de tu época
de progresismo. No, Lázaro, no; la religión no es para resolver los conflictos
económicos o políticos de este mundo que Dios entregó a las disputas de los
hombres. Piensen los hombres y obren los hombres como pensaren y como obraren,
que se consuelen de haber nacido, que vivan lo más contentos que puedan en la
ilusión de que todo esto tienen una finalidad. Yo no he venido a someter los
pobres a los ricos, ni a predicar a estos que se sometan a aquellos.
Resignación y caridad en todos y para todos. Porque también el rico tiene que
resignarse a su riqueza, y a la vida, y también el pobre tiene que tener
caridad para con el rico. ¿Cuestión social? Deja eso, eso no nos concierne. Que
traen una nueva sociedad, en que no haya ya ni ricos ni pobres, en que esté
justamente repartida la riqueza, en que todo sea de todos, ¿y qué? ¿Y no crees
que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio de la vida? Sí, ya sé que
uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la
religión es el opio del pueblo. Opio…, opio… Opio, sí. Démosle opio, y que
duerma y que sueñe. Yo mismo, con esta mi loca actividad, me estoy
administrando opio. Y no logro dormir bien, y menos soñar bien. ¡Esta terrible
pesadilla! Y yo también puedo decir con el Divino Maestro: “Mi alma está triste
hasta la muerte”. No, Lázaro, no; nada de sindicatos por nuestra parte. Si lo
forman ellos, me parecerá bien, pues que así se distraen. Que jueguen al
sindicato, si eso les contenta.
LÁZARO
es el Unamuno joven y DON MANUEL es el Unamuno mayor.
La
religión es el opio del pueblo.
Son
los primeros intelectuales que se preocupan por la pobreza.
Censura
a Marx, a los progresistas, a los filósofos.
Hay
ricos y pobres. Pero el pobre puede sentir lástima por el rico.
TEXTO 4
Una alma humana vale por todo el universo,
ha dicho no sé quién, pero ha dicho egregiamente. Un alma humana, ¿eh? No una
vida. La vida esta no. Y sucede que a
medida que se cree menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente,
personal y concreta, se exagerará más el valor de la pobre vida pasajera.
De aquí arrancan todas las afeminadas sensiblerías contra la guerra. Sí, uno no
debe querer morir, pero la otra muerte. «El que quiera salvar su vida, la
perderá», dice el Evangelio; pero no dice el que quiera salvar su alma, el alma
inmortal. O que creemos y queremos que lo sea.
Y todos los definidores del objetivismo no
se fijan, o mejor dicho, no quieren fijarse, que al afirmar un hombre su yo, su
conciencia personal, afirma al hombre, al hombre concreto y real, afirma el
verdadero humanismo -fue no es el de las cosas del hombre, sino el del hombre-,
y al afirmar al hombre, afirma la conciencia. Porque la única conciencia de que
tenemos conciencia es la del hombre. El mundo es para la conciencia. O, mejor
dicho, este para, esta noción de finalidad, y mejor que noción sentimiento, este sentimiento teológico
no nace sino donde hay conciencia. Conciencia y finalidad son la misma cosa en
el fondo.
Del sentimiento
trágico de la vida,
Unamuno.
Egregiamente:
Ilustremente.
Sentimiento
religioso.
TEXTO 5
Y es que las ciencias, importándonos tanto y siendo indispensables para
nuestra vida y nuestro pensamiento, nos son, en cierto sentido, más extrañas
que la filosofía. Cumplen un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros.
Son, en el fondo, cosa de economía. Un nuevo descubrimiento científico, de los
que llamamos teóricos, es como un descubrimiento mecánico; el de la máquina de
vapor, el teléfono, el fonógrafo, el aeroplano, una cosa que sirve para algo.
Así, el teléfono puede servirnos para comunicarnos a distancia con la mujer
amada. ¿Pero esta para qué nos sirve? Toma uno el tranvía eléctrico para ir a
oír una ópera; y se pregunta: ¿cuál es, en este caso, más útil, el tranvía o la
ópera? La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción
unitaria y total del mundo y de la vida, y como consecuencia de esa concepción,
un sentimiento que engendre una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta
que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa
de ella. Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no
comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida
misma. Y esta, como todo lo afectivo, tiene raíces subconscientes,
inconscientes tal vez.
Del sentimiento trágica
de la vida, Unamuno.
Positivismo.
Intimismo:
Se cierra en sí mismo.
Materialismo.
TEXTO 6
Estábamos sentados en el sofá y hacía mucho
tiempo que hablábamos. La pobre Concha me contaba su vida durante aquellos dos
años que estuvimos sin vernos. Una de esas vidas silenciosas y resignadas que
miran pasar los días con una sonrisa triste, y lloran de noche en la oscuridad.
Yo no tuve que contarle mi vida. Sus ojos parecían haberla seguido desde lejos,
y la sabían toda. ¡Pobre Concha! Al verla demacrada por la enfermedad, y tan
distinta y tan otra de lo que había sido, experimenté un cruel remordimiento
por haber escuchado su ruego aquella noche en que, llorando y de rodillas me
suplicó que la olvidase y que me fuese. ¡Su madre, una santa enlutada y triste,
había venido a separarnos! Ninguno de nosotros quiso recordar el pasado y
permanecimos silenciosos. Ella resignada. Yo con aquel gesto trágico y sombrío
que ahora me hace sonreír. Un hermoso gesto que ya tengo un poco olvidado,
porque las mujeres no se enamoran de los viejos, y sólo está bien en un Don
Juan juvenil. ¡Ay, si todavía con los cabellos blancos, y las mejillas tristes,
y la barba senatorial y augusta, puede quererme una niña, una hija espiritual
llena de gracia y de candor! Pero a la pobre Concha el gesto de Satán
arrepentido le hacía temblar y enloquecer: era muy buena, y fue por es muy
desgraciada. La pobre, dejando asomar a sus labios aquella sonrisa doliente que
parecía el alma de una flor enferma, murmuró:
-
¡Qué distinta pudo haber sido nuestra vida!
-
¡Es verdad!... Ahora no comprendo cómo obedecí tu
ruego. Fue sin duda porque te vi llorar.
-
No seas engañador. Yo creí que volverías … ¡Y mi madre
tuvo siempre ese miedo!
-
No volví porque esperaba que tú me llamases. ¡Ah, el
Demonio del orgullo!
-
No, no fue el orgullo … Fue otra mujer… Hacía mucho
tiempo que me traicionabas con ella. Cuando lo supe, creí morir. ¡Tan
desesperada estuve, que consentí en reunirme con mi marido!
Cruzó las
manos mirándome intensamente, y con la voz velada, y temblando su boca pálida,
sollozó:
-
¡Qué dolor cuando adiviné por qué no habías venido!
¡Pero no he tenido para ti un solo día de rencor!
No me
atreví a engañarla en aquel momento, y callé sentimentalmente. Concha pasó sus
manos por mis cabellos y enlazando los dedos sobre mi frente, suspiró:
-
¡Qué vida tan agitada has llevado durante estos dos años!
… ¡Tienes casi todo el pelo blanco!...
Yo también suspiré doliente:
-
¡Ay! Concha, son las penas.
-
No, no son las penas. Otras cosas son … Tus penas no
pueden igualarse a las mías, y yo no tengo el pelo blanco…
Me
incorporé para mirarla. Quité el alfilerón de oro con que se sujetaba el nudo
de los cabellos, y la onda sedosa y negra rodó sobre sus hombros.
TEXTO 7
Anochecía cuando la silla de posta traspuso
la Puerta Salaria y comenzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de
rumores lejanos. Era la campiña clásica de las vides y de los olivos, con sus
acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa ondulación de los
senos femeninos. La silla de posta caminaba por una vieja calzada: Las mulas
del tiro sacudían pesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de los
cascabeles despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban
el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable. La
silla de posta seguía siempre la vieja calzada, y mis ojos fatigados de mirar
en la noche, se cerraban con sueño. Al fin quedéme dormido, y no desperté hasta
cerca del amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el cielo.
Poco después, todavía entumecido por la quietud y el frío de la noche, comencé
a oír el canto de madrugueros gallos, y el murmullo bullente de un arroyo que
parecía despertarse con el sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban
negros y sombríos sobre celajes de frío azul. Era la vieja, la noble, la
piadosa ciudad de Ligura
No hay comentarios:
Publicar un comentario