NOVECENTISMO
- RASGOS
Se denomina Novecentismo al movimiento
cultural de la segunda década española del siglo XX, que, tomando el nombre del
nuevo siglo, se opone al arte del siglo XIX como algo ya viejo y caduco. Como
caducos se consideran no sólo el Romanticismo, Realismo y Naturalismo, sino
también el Modernismo.
A diferencia de los bohemios modernistas,
los escritores novecentistas son prestigiosos profesores muy bien formados,
muchos de los cuales han estudiado en el extranjero. Estos orígenes
intelectuales explican muchas de sus características, que son estas:
- Racionalismo. Análisis frío y
objetivo de las circunstancias.
- Antirromanticismo. Se rechaza lo sentimental y se prefieren, por
el contrario, actitudes equilibradas y serenas y la expresión intelectualizada
de las emociones.
- Arte puro. El arte tiene que
limitarse a proporcionar placer estético y no debe ser vehículo de inquietudes
religiosas o políticas ni de emociones personales.
- Aristocratismo intelectual.
Los textos se dirigen a entendidos, a minorías.
Resulta muy
significativo el discurso de Ortega en el Teatro de la Comedia, en marzo de
1914, a modo de presentación de la nueva generación, que se define sin
ambiciones personales, austera, privada de maestros hispánicos, nacida a la
reflexión de 1898 y desde entonces triste, pero sin concesiones a los tópicos
del patriotismo. Una generación, en suma, que no gritará y que piensa, en
primer, lugar en las minorías. Tendencias similares se dan en Francia,
Inglaterra, Alemania e Italia: se trata de la ascensión de las élites
intelectuales juveniles al poder y la denuncia de la "literatura
caduca" y de la "política de los viejos".
El postulado vital de esta generación,
enunciado por Ortega, sostiene que hay que emprender una cultura biológica, con
sentido deportivo y festival de la vida. Este vitalismo se ve presente en los
miembros de esta generación: Miró, D'Ors, Pérez de Ayala y, muy especialmente,
Gómez de la Serna. El vitalismo es proyectado sobre el tema que más preocupa a
los novecentistas: el Tema de España. "Hay que rehacer la Historia de
España hasta en sus últimos postulados". En esta línea trabajan Américo
Castro, Madariaga, Sánchez Albornoz, Marañón...
Los novecentistas no tienen como meta la
transformación política del país (a la que, sin embargo, también prestarán
atención), sino la mutación del individuo, siendo imprescindible para ello una
amplia formación estética; de ahí la preocupación de esta generación por los
temas literarios; sus disquisiciones sobre los géneros y sobre el arte en
general; sus intentos de encontrar nuevas formas de novela y poesía, la
búsqueda incesante de nuevos lenguajes...
Groso modo, podemos establecer la siguiente
nómina:
-Pensadores:
José Ortega y Gasset
Eugenio D'Ors
Manuel Azaña
-Novelistas:
Ramón Pérez de Ayala
Gabriel Miró
Ramón Gómez de la Serna
Wenceslao Fernández Flores
Benjamín Jarnés
Por su intelectualismo e interés por el
lenguaje, también podemos incluir aquí a
Juan Ramón Jiménez .
Estos autores no forman, sin embargo, un grupo compacto. Podemos
hablar de un "clima intelectual distinto" (Tuñón). Díaz Plaja define
el novecentismo mediante dos negaciones:
-Lo que no es ni Modernismo ni Noventayocho
-Lo que no es todavía Vanguardia (a veces, muy difícil de
delimitar).
3.
IDEOLOGÍA
- Reformismo burgués en lo político
- Búsqueda de un nuevo tipo de intelectual, con una sólida
preparación universitaria.
- Reacción contra actitudes decimonónicas, incluyendo en el XIX
a noventayochistas y modernistas.
- Europeísmo, frente el casticismo del 98
- Elitismo.
- Antirromanticismo. Fervor por lo clásico
- Huida del sentimentalismo.
- Pulcritud, distanciamiento, equilibrio
("deshumanización")
- Literatura para minorías.
- Intelectualismo.
- Búsqueda del "arte puro".
- Preocupación por el lenguaje (que es lo que más une entre sí a
los novecentistas, lo que permite hablar de ellos como grupo). Se huye de lo
fácil, de la monotonía. se busca la "obra bien hecha".
5. JOSÉ ORTEGA Y GASSET
Es uno
de los principales pensadores de nuestro siglo. Fundó, entre otras la Revista
de Occidente, tribuna de la intelectualidad española. También participó
activamente en la formación de la "Liga de Educación Política" y,
junto a Pérez de Ayala y Marañón, en la "Agrupación al Servicio de la
República".
Nos interesa destacar, muy brevemente, sus
ideas acerca del arte, ideas que tendrán bastante repercusión en la literatura
de su época. Estas teorías están expuestas, principalmente, en su libro La
deshumanización del Arte. Esta obra pretende realizar una descripción
fenomenológica de la Vanguardia en España. El arte moderno, nos dice, "no
sólo es impopular, sino que es también antipopular; siempre tendrá a las masas
en contra". El arte moderno divide a los receptores en minoría-élite capaz
de entenderlo y gustarlo y mayoría incapacitada. Esta mayoría aboga por el arte
del siglo XIX, arte puramente referencial. La minoría, por contra, encuentra el
arte anterior demasiado humano; se le debe despojar de su humanidad. Ortega
llama la atención sobre nuestro "asco a lo humano en el arte", como
en las figuras de cera. Ese acto, explica, es "un respeto a la vida y una
repugnancia a verla confundida con el arte, con una cosa tan subalterna como es
el arte". Lo que intenta el arte moderno es colocar al arte en el lugar
que le corresponde, no ya por encima de la vida, sino subordinado a ella. Así,
la vida deja de vivirse como algo subordinado a otra cosa, ya sea el arte, la
ciencia o el estado.
La Novela Novecentista
En
un principio podemos distinguir dos grupos de escritores en esta época: los que
siguen escribiendo en una línea cercana a la del realismo decimonónico y los
que realizan una narrativa innovadora, algunos de los cuales entroncarán con
las
Vanguardias.

Nos
interesa aquí destacar a los escritores de esta segunda línea. Y entre ellos
los principales serán Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró. Gran influencia
tendrá la figura de Ramón Gómez de la Serna, pero más en el terreno de la poesía.
Todos estos autores suponen una superación de los patrones o esquemas
narrativos anteriores (la eterna lucha del escritor, huir de la monotonía y la
repetición) aunque cada uno por un camino distinto: el lirismo (Gabriel Miró),
la ironía o el humor (Ramón Gómez de la Serna, Wenceslao Fernández Flores), el
intelectualismo (Pérez de Ayala) o la deshumanización.
Es
uno de los denominados "novelistas menores" de esta generación,
debido a la "mala prensa" que tiene la literatura humorística, subgénero
literario rara vez valorado. Ideológicamente era conservador a la vez que
escéptico con las creencias tradicionales, ideas ambas difícilmente compatibles
pero que, sin embargo, se dan en este autor.
Merecen destacarse obras como Volvoreta (1917), sentimental e irónica, de las más logradas, o El secreto de Barba Azul (1923). Las siete columnas (1926) es una ingeniosa sátira de los "pecados" de la sociedad. Los hombres consiguen que el demonio destruya los siete pecados capitales, y los efectos son terribles: sin avaricia nadie desea trabajar; sin lujuria disminuyen los índices de natalidad; sin soberbia nadie lucha por mejorar... Ante este panorama se pide al diablo que devuelva a la Humanidad los siete pecados capitales, convertidos así en las siete columnas que dan título a la obra. El bosque animado (1943) es su última obra importante. Se desarrolla en una "fraga' o bosque gallego y es destacable por su belleza y por el lirismo de su prosa. Podemos considerarlo como un claro precedente del Realismo mágico hispanoamericano, que cuenta con otros antecesores entre los autores gallegos (así, Gonzalo
Torrente Ballester)
Merecen destacarse obras como Volvoreta (1917), sentimental e irónica, de las más logradas, o El secreto de Barba Azul (1923). Las siete columnas (1926) es una ingeniosa sátira de los "pecados" de la sociedad. Los hombres consiguen que el demonio destruya los siete pecados capitales, y los efectos son terribles: sin avaricia nadie desea trabajar; sin lujuria disminuyen los índices de natalidad; sin soberbia nadie lucha por mejorar... Ante este panorama se pide al diablo que devuelva a la Humanidad los siete pecados capitales, convertidos así en las siete columnas que dan título a la obra. El bosque animado (1943) es su última obra importante. Se desarrolla en una "fraga' o bosque gallego y es destacable por su belleza y por el lirismo de su prosa. Podemos considerarlo como un claro precedente del Realismo mágico hispanoamericano, que cuenta con otros antecesores entre los autores gallegos (así, Gonzalo

Benjamín Jarnés es otro de los novelistas injustamente olvidados de esta
generación. Comienza su obra con El profesor inútil (1926), novela de
escasa acción, con más interés por sus intelectualismo y su lirismo. La misma
línea sigue en otras obras como Locura o muerte de nadie (1929). Se
propuso "elevar el nivel del arte por los arduos caminos de la
inteligencia, por los delgados caminos de la sensibilidad".
Su
producción literaria se halla ya muy próxima a las inquietudes del 27.
Ramón Gómez de la Serna
(1988-1963)
Ha
sido considerado, y no sin razón, el "padre de la Vanguardia en
España". Su importancia dentro de la evolución de la literatura española
de este siglo es vital. Su concepción estética y sus "greguerías" son imprescindibles para la formación de la
imaginería de la Generación del 27. Se ha dicho que sin Ramón no se explicaría
la
Metáfora del 27, procedente de sus greguerías.

Su
vida y obra son una constante ruptura con lo establecido, con las convenciones.
Da conferencias vestido de torero o celebrar banquetes en quirófanos fueron
algunas de sus excentricidades. Este carácter excéntrico caracteriza también su
literatura.
La base de su producción es la greguería,
frase o apunte breve que encierra una pirueta verbal o una metáfora insólita:
"Humorismo + Metáfora = Greguería".
Como novelista Ramón rompe los moldes del género. En sus obras cabe de todo. La más famosa es El torero Caracho (1927). No podemos olvidar El Novelista (1924), historia de un autor en busca de motivos para sus novelas, que supone un tremendo derroche de argumentos y de imaginación. El doctor inverosímil (1921) narra la historia de un médico que cura con chistes.
Como novelista Ramón rompe los moldes del género. En sus obras cabe de todo. La más famosa es El torero Caracho (1927). No podemos olvidar El Novelista (1924), historia de un autor en busca de motivos para sus novelas, que supone un tremendo derroche de argumentos y de imaginación. El doctor inverosímil (1921) narra la historia de un médico que cura con chistes.
Es uno de los autores fundamentales de la
Generación del 14. La crítica lo ha considerado como epígono del 98, como autor
del 14, como cubista... el "rótulo" que mejor le va es el de
experimentador, y por su cuidado por la expresión, por la palabra y por los
nuevos caminos que abre lo podemos considerar autor del 14. Es un estilista
exquisito, a veces incomprendido, ya que se encara su obra desde la óptica de
la novela tradicional, a la que supera continuamente. Fue descalificado por el
mismo Ortega y Gasset, y, sin duda, esta opinión ha pesado mucho.
Destaca Miró por su temperamento voluptuoso,
por su sensibilidad exacerbada y por su excepcional capacidad de captar
sensaciones: luz y color, aromas, sonidos, colores... Debido a su lirismo
Dámaso Alonso lo denominó "gran
poeta en prosa". su dominio del lenguaje es absoluto. La belleza formal es
lo que prevalece en sus obras, pasando la acción a ser algo secundario.

Sobresalen, asimismo, sus obras Nuestro
Padre San Daniel (1921), y El obispo leproso (1926), que forman un
bloque. Transcurren en Oleza (trasunto de Orihuela), representación de un
mundo nebuloso, casi desaparecido, que el autor pretende rescatar. La acción es
mínima. Lo fundamental es la creación de ambientes y de personajes. Miró aspira
a captar la vida monótona y asfixiante de una comunidad cerrada. En la obra se
desarrolla un enfrentamiento entre los que viven dominados por la idea del
pecado y los que están abiertos a la felicidad y al disfrute humanos. Los
primeros reprimen toda alegría por ser pecaminosa; sólo la amargura es hija de
la virtud. Miró critica la tragedia de las personas que tienen este sistema de
valores. Pero es una crítica indirecta, que se desprende de los
acontecimientos. En la obra se oye siempre la voz impasible del narrador, que
rara vez realiza juicios de valor. Por eso estas obras han sido
malinterpretadas.
Las cerezas del
cementerio
(1910) y El abuelo del rey (1915) son otras obras importantes.
Estamos ante el más claro representante de la
novela intelectual. Nació en Oviedo; estudió con los jesuitas, cuyo influjo le
marcó negativamente en lo religioso pero positivamente en cuanto a su formación
intelectual, sobre todo su conocimiento de la antigüedad clásica. En 1928 fue
nombrado miembro de la Real Academia.
Su primera obra es lírica, La paz del
sendero, pero su fama le llegará como novelista, terreno en el que logra sus
éxitos principales. Comienza escribiendo en una estética noventayochista para
pasar después a la novela "intelectual". A. Amorós divide su obra en
tres etapas:
1) Tetralogía que narra la vida de Alberto Díaz de Guzmán,
personaje barojiano, "alter ego" del autor. Tinieblas en las
cumbres (1907) es la primera de las cuatro, obra de excesiva
artificiosidad. A.M.D.G. es la segunda, de marcado acento antijesuítico.
La Pata de la raposa (1912) es menos humorística. Es también biográfica
y es el estudio de una mente torturada, un viaje intelectual en busca de
identidad. Troteras y danzaderas (1913) completa la tretalogía. Aparece
en ella una visión de la bohemia literaria del Madrid de principios de siglo,
con alusiones a personajes reales. Pérez de Ayala pretende en estas obras
"reflejar la crisis de la conciencia hispánica desde principios de este
siglo". La crítica está dividida al enjuiciar este objetivo ayalino: para
Amorós, Pérez de Ayala sólo consigue reflejar crisis individuales. Para
otros, sí refleja la crisis general.
2) "Novelas poemáticas de la vida española", publicadas
en 1916 en un solo volumen formado por tres relatos. Desaparece lo
autobiográfico y ganan terreno las ideas. Están considerads como novelas
"puente" entre las dos etapas principales.
3)En 1921 comienza su última y más lograda etapa. La acción
disminuye; los personajes encarnan ideas o actitudes vitales. Abundan las
disquisiciones sobre política, moral, estética. En ellas se intenta buscar una
armonía o principio ordenador de un universo de contrarios. Estructuralmente
las obras se basan en un relativismo perspectivista: la realidad se bifurca; de
todo se nos da dos visiones. Su mejor obra, quizás, es Belarmino y
Apolonio (1921). Es la historia de amor fustrado entre dos jóvenes que
debieron separarse en su juventud. Se reencuentran al cabo del tiempo. El es un
sacerdote, ella una prostituta. Pero los auténticos protagonistas son Belarmino
y Apolonio, zapateros, padres de los dos amantes. El uno, filósofo. El otro,
dramaturgo. Cada uno encarna una visión distinta del mundo. De cada hecho se
nos dan dos visiones: es el método perspectivista. Para Pérez de Ayala la mayor
verdad será la que contenga el mayor número posible de puntos de vista. Al
final se produce la reconciliación entre personajes y estructuras.
En
el terreno de la técnica, el perspectivsmo es la principal aportación de Pérez
de Ayala. Bifurcación de la realidad, de los capítulos, de las columnas de
texto. En cuanto a su estilo, es denso, con una hábil mezcla de ironía y
gravedad, así como de palabras cultas y populares, siempre intentando conseguir
una precisa transcripción de su pensamiento, de sus paradojas, de su
complejidad.
Se destaca la figura de José Ortega y
Gasset. Autor de numerosos ensayos. En La deshumanización del arte
analiza el arte de vanguardia; lo considera un arte difícil, intelectual,
antirromántico y antirrealista. Es un arte puro, alejado de la psicología, de
la sociología, de la vida y de las experiencias personales. El arte, pues, se
deshumaniza.
- EL ENSAYO
2.1. Ortega y Gasset
Autor de
numerosos ensayos. En La deshumanización del arte analiza el arte de
vanguardia; lo considera un arte difícil, intelectual, antirromántico y
antirrealista. Es un arte puro, alejado de la psicología, de la sociología, de
la vida y de las experiencias personales. El arte, pues, se deshumaniza.
Considera que el arte sólo es arte cuando se aleja de la realidad y se limita a
ser un simple juego estético destinado a las minorías.
A
mi juicio, lo característico del arte nuevo, desde el punto de vista
sociológico, es que divide al público en estas dos clases de hombres: los que
lo entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un
órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros, que son dos variedades
distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el
mundo, como el romántico, sino que va, desde luego, dirigido a una minoría
especialmente dotado. De aquí la irritación que despierta en la masa.
[…] Aunque sea imposible un arte puro, no
hay duda alguna de que cabe una tendencia a la purificación del arte. Esta
tendencia llevará a una eliminación progresiva de los elementos humanos,
demasiado humanos, que dominaban en la producción romántica y naturalista. Y en
este proceso se llegará a un punto en el que el contenido humano de la obra sea
tan escaso que casi no se le vea. Entonces tendremos un objeto que sólo puede
ser percibido por quien posea ese don peculiar de la sensibilidad artística.
Sería un arte para artistas, y no para la masa de los hombres; será un arte de
casta, y no demótico.
- LA POESÍA
DEL MOMENTO.
La primera intención hacia 1914 es la de
alejarse del Modernismo, de la poesía con muchos adornos. Pese a que hubo otros
intentos de renovación, el esfuerzo de renovación más importante en la lírica
española de su tiempo se debe a Juan Ramón Jiménez.
2.1. Juan
Ramón Jiménez.
A su etapa modernista le sucederá la que se ha llamado época intelectual. Se inicia en 1917 con Diario de un poeta recién
casado. Rompe con el Modernismo buscando una poesía pura, sin adornos.
Es una poesía abstracta y de carácter metafísico. Son poemas breves, muy
densos.
Intelijencia, dame
el
nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que
ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las
cosas …
¡Intelijencia,
dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
4. NOVELA NOVECENTISTA.
4.1.
El Novecentismo o Generación del 14
El periodo literario español conocido como
«novecentismo» no ha recibido la misma precisión como otros enclaves
literarios, tales como el «modernismo» o las «vanguardias», precisamente por
situarse en medio de ambos periodos. Este hecho ha provocado que siempre se le
presente como un periodo de transición y que sus perfiles estéticos que lo
caracterizan hayan sido desdibujados. El «novecentismo» es un movimiento
literario de transición, que tuvo la ardua tarea, por un lado, de suavizar las
lámparas modernistas y, por otro, de preparar el camino al que se abonarían los
artistas vanguardistas, con los que convivirán simultáneamente. Otro factor que
explica que tal periodo no se le haya prestado una justa atención es el hecho
de que se le haya equiparado como sinónimo de la «generación de 1914», una
generación ésta que, en comparación con la del 98 o la del 27, no ha tenido
tanta fortuna como concepto pedagógico e historiográfico.
Y con esta idea de «novecentismo», que no es
otra cosa que las premisas ideológicas de unos intelectuales desencantados con
la política que tenían ante sí, los caracteres de esta nueva sensibilidad
vendrían definidos bajo cuatro supuestos:
—La reacción contra el
positivismo, que el modernismo ya inauguró durante el fin de siglo, pero que
ahora adquiere dimensiones ideológicas de gran significación.
—La reacción contra el siglo xix como expresión de la nueva
sensibilidad, que tiene en Ortega y Gasset su gran teorizador.
—La certera conciencia
de iluminar una nueva época en la cultura de España, y que se manifiesta
claramente en el mismo título de los periódicos y las revistas literarias: Faro (1908), Europa (1910), España (1915),
El Sol (1917), Revista de Occidente (1923), Luz
(1932), Crisol (1931).
—El ludismo, el «sentido deportivo y festival de la existencia».
4.2. Ortega y Gasset.
Nos interesa
destacar, muy brevemente, sus ideas acerca del arte, ideas que tendrán bastante
repercusión en la literatura de su época. Estas teorías están expuestas,
principalmente, en su libro La deshumanización del Arte. Esta obra
pretende realizar una descripción fenomenológica de la Vanguardia en España.
El arte moderno, nos dice, "no sólo es impopular, sino que es también
antipopular; siempre tendrá a las masas en contra". El arte moderno divide
a los receptores en minoría-élite capaz de entenderlo y gustarlo y mayoría
incapacitada. Esta mayoría aboga por el arte del siglo XIX, arte puramente
referencial. La minoría, por el contrario, encuentra el arte anterior demasiado
humano; se le debe despojar de su humanidad. Ortega llama la atención sobre
nuestro "asco a lo humano en el arte", como en las figuras de cera.
Ese acto, explica, es "un respeto a la vida y una repugnancia a verla
confundida con el arte, con una cosa tan subalterna como es el arte". Lo
que intenta el arte moderno es colocar al arte en el lugar que le corresponde,
no ya por encima de la vida, sino subordinado a ella. Así, la vida deja de
vivirse como algo subordinado a otra cosa, ya sea el arte, la ciencia o el
estado.
4.2.
Las novelas de Gómez de la
Serna.
Su importancia dentro de la evolución de
la literatura española de este siglo es vital. Su concepción estética y sus
"greguerías"
son imprescindibles para la formación de la imaginería de la Generación del 27. Se
ha dicho que sin Ramón no se explicaría la metáfora del 27, procedente de sus
greguerías.
Las novelas de Gómez de la
Serna no tienen, a primera vista, muchas cosas en común con
el alegato orteguiano, pero vinieron a ejercer una influencia mucho mayor que
aquellas cincuenta paginas de Ideas sobre la novela.
Por un criterio que fue de editores avispados más que de autores, de
Gómez de la Serna
y sus continuadores se dijo que eran novelistas de humor. Sin embargo, no hubo
más humor en ellos que la sorpresa descoyuntada de su imaginación metafórica,
cierta complacencia en ver el mundo que rodea a los personajes como en
permanente trance de catástrofe, alguna paradoja de cierta comicidad y, desde
luego, una actitud irónica respecto a su oficio y el género que habían elegido.
En el fondo del arte narrativo ramoniano hay una veta de realismo casi
costumbrista que podría entroncar con los desgarros de los escritores
“castizos”. A esta preocupación responde, por ejemplo, La viuda blanca y
negra (1917). Nada de humor hay en esta agobiante descripción de las
relaciones de una enigmática viuda, Cristina, con su amante de un verano,
Rodrigo, en el pesado ambiente canicular de un barrio mesocrático madrileño. En
esta novela se hallan algunas de las más permanentes obsesiones del autor: la
fetichización de elementos sexuales, la idea del amor como destrucción del
varón, la preocupación por crear el relato a partir de la previa evocación de
una atmósfera determinante.
Menos humor, si cabe, hay en los relatos breves que publicó bajo el
título de La malicia de las acacias (1927). Los adolescentes que deciden
abortar el fruto de su mísero noviazgo, o los casi niños que en “La tormenta”
hacen por primera vez el amor y son castigados por sus familias con un
matrimonio sórdido y precoz, están en la línea de la preocupación señalada en la La viuda blanca y
negra.
4.3.
La Novela Novecentista
En un principio podemos distinguir dos grupos
de escritores en esta época: los que siguen escribiendo en una línea cercana a
la del realismo decimonónico y los que realizan una narrativa innovadora,
algunos de los cuales entroncarán con las Vanguardias.
Nos interesa
aquí destacar a los escritores de esta segunda línea. Y entre ellos los
principales serán Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró. Gran
influencia tendrá la figura de Ramón Gómez de la Serna , pero más en el
terreno de la poesía. Todos estos autores suponen una superación de los
patrones o esquemas narrativos anteriores (la eterna lucha del escritor, huir
de la monotonía y la repetición) aunque cada uno por un camino distinto: el
lirismo (Gabriel Miró), la ironía o el humor (Ramón Gómez de la Serna , Wenceslao Fernández
Flores), el intelectualismo (Pérez de Ayala) o la deshumanización.
4.3.1. Las novelas de Pérez de
Ayala.
Por temperamento, edad y origen social Ayala está más próximo a Ortega
que a los radicales de fin de siglo.
Su primera saga novelesca la componen cuatro novelas, caracterizadas por
interponer entre la sinceridad y la hoja de papel en que escribía una distancia
hecha de cultura e ironía. La primera, Tinieblas en las cumbres (1907),
presenta ya a su personaje Alberto Díaz con el mismo problema que Antonio
Azorín, Fernando Ossorio o Andrés Hurtado: cubrir la distancia que separa la
inmadurez de la que parten y la espontaneidad vital con la que sueñan. Sin
embargo, el desgarrado contexto de conflicto –bromas procaces, escenas de
subido color (que desaparecerán en las ediciones siguientes)- no lleva a la
calificación peyorativa a la relación sexual en que naufragaba la sensibilidad
enfermiza de Azorín o de Osorio. Todo lo contrario. De la experiencia amorosa
se desprende un valor liberatorio que abre al personaje vía libre para caminar
hacia un futuro social, desprendido del solipsismo del que partía.
En AMDG (1910), la más polémica de sus novelas (el subtítulo lo
dice todo: “La vida en un Colegio de Jesuitas”), vemos crecer la sensibilidad
de Alberto entre la represión, la culpabilidad y la violencia. La novela no es
sólo un ensayo sobre la educación clerical, sino también un relato de clave
donde la experiencia personal aparece apenas velada y que, por más señas, se
escribe a escasos meses de la explosión anticlerical que fue la Semana Trágica de
Barcelona.
La pata de la raposa (1912) retoma la perplejidad de Alberto al
final de su paso por las tinieblas. Su estructura se establece en un hábil
balanceo de contrarios: la conciencia de pecado y la libertad, la llamada del
terruño y la inquietud de lo cosmopolita, el autoanálisis y la espontaneidad.
Troteras y danzaderas (1913). Fue el último relato de la saga,
aunque en la cronología interna de la misma se sitúe entre la segunda y la
tercera parte de La pata de la raposa. Lo de menos en el nuevo título es
la presencia de Alberto Díaz, que ahora se limita a justificar y enhebrar una
acción más vasta; nada menos que una visión de la vida intelectual a finales
del primer decenio del siglo XX en un Madrid mísero, nocturno y alucinado. Bajo
nombres supuestos desfilan, entre grotescos y patéticos, los grandes nombres
del momento (como Maeztu, Ortega o Azorín), pero también los inevitables
plebeyos castizos, los pedigüeños o los señoritos calaveras.
En 1916 publicó tres relatos breves,
que llevan el revelador subtítulo de “novelas poemáticas”. Son Prometeo,
Luz de domingo y La caída de los limones, que son una
reconstrucción intelectual en forma de parábola de la vida española y de la
profunda frustración insolidaria que la preside.
El mundo
novelesco del gran escritor asturiano se caracteriza por la ambivalencia, el
gusto por los desdoblamientos, la doble visión, el haz y el envés, los
enfrentamientos de perspectivas opuestas, las parejas, las polaridades. La
simple presentación y distribución del material revela ya el gusto del narrador
por la bipartición, bien perceptible en los casos de las obras integradas por
dos partes, las de Luna de miel, luna de hiel, continuada en Los
trabajos de Urbano y Simona, y Tigre Juan seguido de El curandero
de su honra
4.3.2. Las novelas de Gabriel Miró.
La crítica lo ha considerado como epígono del 98, como autor del 14,
como cubista... El "rótulo" que mejor le va es el de experimentador
y, por su cuidado por la expresión, por la palabra y por los nuevos caminos que
abre lo podemos considerar autor del 14. Es un estilista exquisito, a veces
incomprendido, ya que se encara su obra desde la óptica de la novela
tradicional, a la que supera continuamente. Fue descalificado por el mismo
Ortega y Gasset y, sin duda, esta opinión ha pesado mucho.
Destaca Miró por su temperamento voluptuoso,
por su sensibilidad exacerbada y por su excepcional capacidad de captar
sensaciones: luz y color, aromas, sonidos, colores... Debido a su lirismo Dámaso
Alonso lo
denominó "gran poeta en prosa". Su dominio del lenguaje es absoluto.
La belleza formal es lo que prevalece en sus obras, pasando la acción a ser
algo secundario.
Sobresalen, asimismo, sus obras Nuestro
Padre San Daniel (1921), y El obispo leproso (1926), que forman un bloque.
Transcurren en Oleza (trasunto de Orihuela), representación de un mundo
nebuloso, casi desaparecido, que el autor pretende rescatar. La acción es
mínima. Lo fundamental es la creación de ambientes y de personajes. Miró aspira
a captar la vida monótona y asfixiante de una comunidad cerrada. En la obra se
desarrolla un enfrentamiento entre los que viven dominados por la idea del
pecado y los que están abiertos a la felicidad y al disfrute humanos. Los
primeros reprimen toda alegría por ser pecaminosa; sólo la amargura es hija de
la virtud. Miró critica la tragedia de las personas que tienen este sistema de
valores. Pero es una crítica indirecta, que se desprende de los
acontecimientos. En la obra se oye siempre la voz impasible del narrador, que
rara vez realiza juicios de valor. Por eso estas obras han sido
malinterpretadas.
Las
cerezas del cementerio (1910) y El abuelo del rey (1915) son otras obras
importantes.
NOVECENTISMO
Pasados los primeros años del siglo XX comienza a surgir una nueva
generación de escritores con una sensibilidad distinta y unos enfoques
intelectuales más rigurosos que los hombres del 98. La crítica ha denominado a
este nuevo grupo los "novecentistas", término acuñado por Eugenio
D'Ors, o Generación de 1914, por el nexo que supone para ellos la primera
guerra mundial.
El grupo está
formado por una serie de pensadores, novelistas y poetas, entre los que
destacan José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna , Ramón Pérez de Ayala
y Gabriel Miró.
Tanto la
generación del 98 como la del 14 comparten preocupaciones y convicciones frente
al ochocientos y, más concretamente, frente a la Restauración. Pero
a finales de la primera década del presente siglo las primitivas pequeñas
disenciones entre ambos grupos comienzan a convertirse en grandes diferencias.
Ortega declara superada la época del nietzscheanismo puro; combate a Maeztu y a
Unamuno. Se declara abiertamente en contra de la insociabilidad en la lectura
moral de Baroja.
La nueva actitud
novecentista se observa claramente en Pérez de Ayala, que deja a un lado la
denuncia y el lamento y se propone actuar de una manera práctica. Los
componentes de esta generación son conscientes del papel político que debe
desempeñar la intelectualidad, tanto en la investigación de la realidad del
país como en la defensa del avance liberal.
PRINCIPALES NOVELISTAS DEL NOVECENTISMO
Gabriel
Miró
De influencia modernista, con ambientes
decadentes, tono melancólico, personajes abúlicos e inadaptados, atmósfera
sensual y algo de erotismo, es su primera etapa, en la que sobresale Las
cerezas del cementerio (1910),
Su segunda etapa, en la que encuentra su
estilo personal, se caracteriza por la búsqueda de la perfección formal y en
ella lo importante son las minuciosas descripciones de sensaciones y ambientes,
pues la acción es mínima. Es esta la llamada novela lírica, en la que renueva
la novela pero no rompe totalmente con la novela modernista, sino que depura,
intensifica o madura estos elementos modernistas. En esta etapa, no obstante,
no rehúye ni la actitud crítica, ni los episodios crueles, ni la ironía, que a
veces roza la caricatura deformante. Todo esto puede comprobarse en sus dos
novelas más ambiciosas, Nuestro padre San Daniel (1921) y El obispo
leproso (1926). En ambas, que tienen continuidad argumental, las fuerzas de
la vida y del amor quedan ahogadas por el poder eclesiástico, la moral
hipócrita y la intolerancia religiosa.
Fragmento
de El obispo leproso. En ella la intransigencia moral y política está
encarnada, entre otros, por don Álvaro, un viejo carlista; la frustración está
representada por su mujer, Paulina, y se cierne sobre el hijo de ambos, Pablo.
En este fragmento este muchacho siente pesar sobre él, en un día de vacaciones,
la atmósfera opresiva de Oleza.
Verano de calinas[1] y
tolvaneros[2].
Aletazos de poniente. Bochornos de humo. Tardes de nubes incendiadas, de nubes
barrocas, desgajándose del horizonte, glorificando los campanarios de Oleza.
Las mejores familias –menos la de don
Álvaro- se fueron a sus haciendas y a las playas de Torrevieja, de Santa Pola y
Guardamar. La ciudad se quedó como un patio de vecinos. El palacio de Lóriz
semejaba ya mucho tiempo en el sueño de su soledad; el del obispo, en el ocio
de los curiales, que fumaban paseando por la claustra; <<Jesús>>[3]
y el seminario, entornados en el frescor de las vacaciones. Las hospederías,
los obradores, las tiendas callaban con la misma modorra de sus dueños sentados
a la puerta, cabeceando entre moscardas. Los árboles de los jardines, de la Glorieta , de los
monasterios, hacían un estruendo de vendaval de otoño, o se estampaban
inmóviles en los cielos, bullendo de cigarras como si se rajasen al sol. El río
iba somero[4],
abriéndose deltas y médanos de fango, de bardomas[5], de
carrizos[6];
y por las tardes, muy pronto, reventaba un croar de balsa. Se pararon muchos
molinos de pimentón y harina; y entraban las diligencias, dejando un vaho de
tierras calientes, un olor de piel y collerones[7]
sudados. Verano ruin. No daba gozo el rosario de la Aurora y tronaba el rosario
del anochecido. Fanales[8]
de velas amarillas alumbrando el viejo tisú de la manga[9]
parroquial; hileras de hombres y mujeres colgándoles los rosario de sus dedos
de difunto; capellanes y celadores guiando la plegaria; un remanso en la
contemplación de cada misterio, y otra vez se desanillaban las cofradías y las
luces por los ambages de las plazas, por los cantones, por las callejas, por
las cuestas. De trecho en trecho caía con retumbos dentro de las toscas entrada
el <<¡Mira que te mira Dios, -mira que te está mirando- mira que te has
de morir, - mira que nos sabes cuándo!>> Y, según adelantaba el tránsito,
se les venían más gentes a rezar.
Penetraba en casa de Pablo ese río de oración, más clamoroso que el
Segral[10].
A lo lejos, era de tonada de escolanía, de pueblo infantil que, no sabiendo qué
hacer, conversaba afligido con el Señor. Y, ya de cerca, articulado
concretamente el rezo en su portal, por cada boca, sentía Pablo un sabor de
amargura, de amargura lívida. Alzaba los ojos al cielo de su calle. De tanto
ansiar se reía de su desesperación; y palpaba su risa. Tocaba sus gestos como
si tocase su alma desnuda. Vivía tirantemente. El júbilo de las vacaciones se
le quedó seco y desaromado.
Ramón
Pérez de Ayala
(1880-1962).
De orientación krausita y liberal, como
su maestro Clarín, escribe poesía, novela y ensayo.
Primera etapa. Bajo la influencia
de la novela realista de Galdós y Clarín, sus primeras novelas, Tinieblas en
las cumbres (1907), A.M.D.G. (1910), La pata de la raposa
(1912) y Troteras y danzaderas (1913), tienen, como las de sus dos
maestros, un fuerte carácter anticlerical.
Segunda etapa. Bastante distintas
a las anteriores son las obras que escribe a partir de 1920. En ellas se
adelgaza la acción porque lo importante en ellas son las reflexiones sobre los
temas más diversos (como filosofía, psicología, estética, política o moral). A
este tipo de novela se ha llamado “novela intelectual”. La novela se acerca,
como en otros autores del siglo XX, al ensayo. Pero frente al impresionismo de
Azorín, el acento vehemente y agónico de Unamuno o la hondura lírica de Miró,
en Ayala predomina el componente reflexivo, la ironía constante y,
técnicamente, el perspectivismo (varios puntos de vista, una realidad
múltiple). Sobresalen sus obras Belarmino y Apolonio (1921) y El
curandero de su honra (1926).
<<La cualidad primordial del
dramaturgo (léase Apolonio) es la aptitud para la simulación eficaz. Esta
simulación no es sólo externa y de superficie. El dramaturgo, desde el fondo de
su propia alma, comienza a simular para consigo mismo; pero el ego más recóndito y personal permanece
siempre ausente e inhibido de la emoción. Por eso el dramaturgo es incapaz de
amar verdaderamente. Hay una paradoja en el dramaturgo: es la misma que Diderot
llamó paradoja del comediante. La emoción no se comunica, sino que se provoca.
Para provocar una emoción hay que mantenerse frío. Hacen llorar los actores que
saben fingir el llanto. Los que lloran de veras, hacen reír. Lo mismo con el
dramaturgo. La dramaturgia creó el tipo del hombre que provoca amor en todas
las mujeres, porque él finge amar, pero a ninguna ama: don Juan. El dramaturgo
va por la vida inventando dramas, descubriendo dramas. Diríase que este don de
invención (inventar significa descubrir) proviene de que el dramaturgo vive los
dramas. Al contrario. El que vive un drama no ve el drama; ve su drama
individual. Y si por caso al dramaturgo le acontece ser víctima en un drama
vivo, él permanece ecuánime, sereno. Finge ser actor siempre; y siempre es
espectador, espectador de sí mismo. Tal es la paradoja del dramaturgo. Todo el
que se conduce en la vida con ademanes de énfasis patético es un simulador, un
dramaturgo en potencia. Estos hombres son necesarios en el mundo, porque sin
esa fracasada voluntad de pasión, naturalmente contagiosa, la humanidad se acabaría,
de apatía y de sapiencia. Mas, ¡ay!, si predominasen estos hombres, cuyo
tuétano íntimo es una ausencia, un hueco, una burbuja, como la que se ve en los
niveles, burbuja que difícilmente se logra centrar…; si esta especie de hombres
predominase, la humanidad, cada vez más hinchada y vacía, reventaría, como la
rana que quiso igualar al buey. Providencialmente, frente al dramaturgo está el
filósofo (léase Belarmino). El filósofo se halla constituido a la inversa del
dramaturgo. Por de fuera, serenidad, impasibilidad; en lo más secreto, ardor
inextinguible. El filósofo es un energúmeno conservado entre hielo. Porque el
hielo es el gran conservador, así para las pasiones como para las cosas
comestibles, que en cuando se las saca al aire y a la luz se ponen rancias,
manidas. El filósofo vive todos los dramas; jamás es espectador. El dolor ajeno
lo siente como dolor propio; el dolor propio lo multiplica por todos los
dolores ajenos; y así en el dolor propio como en el ajeno experimenta el
contacto de esta o aquella brasa de la gran hoguera que es el dolor universal,
el drama de la vida.>> […]
Se observará que estas teorías son
enteramente opuestas a las de don Amaranto. Para don Amaranto, el dramaturgo es
el que penetra en el drama individual; y el filósofo, el que se aleja de él.
Para Escobar, el que penetra en el drama es el filósofo, y el dramaturgo es el
que permanece a distancia. ¡Desconcertante disparidad y contraposición de los
humanos pareceres! La doctrina de don Amaranto es refutable, y no menos defendible;
y otro tanto la de Escobar. Y en resolución, todas las opiniones humanas. El
error es de aquellos que piden que una opinión humana posea verdad absoluta.
Basta que se verdad en parte, que encierre un polvillo o una pepita de verdad.
Cuando un buscador de oro dice que ha encontrado oro, no da a entender que se
haya apoderado de todo el oro que guardan las entrañas de la tierra, sino eso,
que ha encontrado oro, un poco de oro. Tan verdad puede ser lo de don Amaranto
como lo de Escobar; y entre la verdad de Escobar y la de Amaranto se extiende
sinnúmero de otras verdades intermedias, que es lo que los matemáticos llaman
el ultracontinuo. Hay tantas verdades
irreductibles como puntos de vista.
Belarmino y Apolonio
[1] Calina: turbiedad de la atmósfera producida por el
calor intenso.
[2] Tolvanero: remolino de
polvo.
[3] Jesús: monasterio y
colegio de los jesuitas en Oleza (Orihuela).
[4] Somero: poco profundo.
[5] Bardoma: lodo corrompido.
[6] Carrizo: caña que crece
junto al agua.
[7] Collerones: collares de
cuero o lona, rellenos de borra o paja que se pone a las caballerías.
[8] Fanales: campana de
cristal que protege del viento la luz de una vela.
[9] Manga: pieza de tela que
cubre parte de la vara de la cruz parroquial.
[10] Segral: río de Oleza
(corresponde al Segura, que pasa por Orihuela).
Excelente información.
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