martes, 23 de abril de 2019

NOVECENTISMO


NOVECENTISMO

  1. RASGOS
 Se denomina Novecentismo al movimiento cultural de la segunda década española del siglo XX, que, tomando el nombre del nuevo siglo, se opone al arte del siglo XIX como algo ya viejo y caduco. Como caducos se consideran no sólo el Romanticismo, Realismo y Naturalismo, sino también el Modernismo.  
   A diferencia de los bohemios modernistas, los escritores novecentistas son prestigiosos profesores muy bien formados, muchos de los cuales han estudiado en el extranjero. Estos orígenes intelectuales explican muchas de sus características, que son estas:
- Racionalismo. Análisis frío y objetivo de las circunstancias.
- Antirromanticismo.  Se rechaza lo sentimental y se prefieren, por el contrario, actitudes equilibradas y serenas y la expresión intelectualizada de las emociones.
- Arte puro. El arte tiene que limitarse a proporcionar placer estético y no debe ser vehículo de inquietudes religiosas o políticas ni de emociones personales.
- Aristocratismo intelectual. Los textos se dirigen a entendidos, a minorías.

      Resulta muy significativo el discurso de Ortega en el Teatro de la Comedia, en marzo de 1914, a modo de presentación de la nueva generación, que se define sin ambiciones personales, austera, privada de maestros hispánicos, nacida a la reflexión de 1898 y desde entonces triste, pero sin concesiones a los tópicos del patriotismo. Una generación, en suma, que no gritará y que piensa, en primer, lugar en las minorías. Tendencias similares se dan en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia: se trata de la ascensión de las élites intelectuales juveniles al poder y la denuncia de la "literatura caduca" y de la "política de los viejos".
    El postulado vital de esta generación, enunciado por Ortega, sostiene que hay que emprender una cultura biológica, con sentido deportivo y festival de la vida. Este vitalismo se ve presente en los miembros de esta generación: Miró, D'Ors, Pérez de Ayala y, muy especialmente, Gómez de la Serna. El vitalismo es proyectado sobre el tema que más preocupa a los novecentistas: el Tema de España. "Hay que rehacer la Historia de España hasta en sus últimos postulados". En esta línea trabajan Américo Castro, Madariaga, Sánchez Albornoz, Marañón...
    Los novecentistas no tienen como meta la transformación política del país (a la que, sin embargo, también prestarán atención), sino la mutación del individuo, siendo imprescindible para ello una amplia formación estética; de ahí la preocupación de esta generación por los temas literarios; sus disquisiciones sobre los géneros y sobre el arte en general; sus intentos de encontrar nuevas formas de novela y poesía, la búsqueda incesante de nuevos lenguajes...

2.NÓMINA DE AUTORES
     Groso modo, podemos establecer la siguiente nómina:
-Pensadores:
José Ortega y Gasset
Eugenio D'Ors
Manuel Azaña
-Novelistas:
Ramón Pérez de Ayala
Gabriel Miró
Ramón Gómez de la Serna
Wenceslao Fernández Flores
Benjamín Jarnés
    Por su intelectualismo e interés por el lenguaje, también podemos incluir aquí a Juan Ramón Jiménez .
Estos autores no forman, sin embargo, un grupo compacto. Podemos hablar de un "clima intelectual distinto" (Tuñón). Díaz Plaja define el novecentismo mediante dos negaciones:
-Lo que no es ni Modernismo ni Noventayocho
-Lo que no es todavía Vanguardia (a veces, muy difícil de delimitar).

3. IDEOLOGÍA
- Reformismo burgués en lo político
- Búsqueda de un nuevo tipo de intelectual, con una sólida preparación universitaria.
- Reacción contra actitudes decimonónicas, incluyendo en el XIX a noventayochistas y modernistas.
- Europeísmo, frente el casticismo del 98
- Elitismo.

4. ESTÉTICA Arriba
- Antirromanticismo. Fervor por lo clásico
- Huida del sentimentalismo.
- Pulcritud, distanciamiento, equilibrio ("deshumanización")
- Literatura para minorías.
- Intelectualismo.
- Búsqueda del "arte puro".
- Preocupación por el lenguaje (que es lo que más une entre sí a los novecentistas, lo que permite hablar de ellos como grupo). Se huye de lo fácil, de la monotonía. se busca la "obra bien hecha".


 5. JOSÉ ORTEGA Y GASSET
    Es uno de los principales pensadores de nuestro siglo. Fundó, entre otras la Revista de Occidente, tribuna de la intelectualidad española. También participó activamente en la formación de la "Liga de Educación Política" y, junto a Pérez de Ayala y Marañón, en la "Agrupación al Servicio de la República".
    Nos interesa destacar, muy brevemente, sus ideas acerca del arte, ideas que tendrán bastante repercusión en la literatura de su época. Estas teorías están expuestas, principalmente, en su libro La deshumanización del Arte. Esta obra pretende realizar una descripción fenomenológica de la Vanguardia en España. El arte moderno, nos dice, "no sólo es impopular, sino que es también antipopular; siempre tendrá a las masas en contra". El arte moderno divide a los receptores en minoría-élite capaz de entenderlo y gustarlo y mayoría incapacitada. Esta mayoría aboga por el arte del siglo XIX, arte puramente referencial. La minoría, por contra, encuentra el arte anterior demasiado humano; se le debe despojar de su humanidad. Ortega llama la atención sobre nuestro "asco a lo humano en el arte", como en las figuras de cera. Ese acto, explica, es "un respeto a la vida y una repugnancia a verla confundida con el arte, con una cosa tan subalterna como es el arte". Lo que intenta el arte moderno es colocar al arte en el lugar que le corresponde, no ya por encima de la vida, sino subordinado a ella. Así, la vida deja de vivirse como algo subordinado a otra cosa, ya sea el arte, la ciencia o el estado.


La Novela Novecentista
    En un principio podemos distinguir dos grupos de escritores en esta época: los que siguen escribiendo en una línea cercana a la del realismo decimonónico y los que realizan una narrativa innovadora, algunos de los cuales entroncarán con las Vanguardias.
    Nos interesa aquí destacar a los escritores de esta segunda línea. Y entre ellos los principales serán Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró. Gran influencia tendrá la figura de Ramón Gómez de la Serna, pero más en el terreno de la poesía. Todos estos autores suponen una superación de los patrones o esquemas narrativos anteriores (la eterna lucha del escritor, huir de la monotonía y la repetición) aunque cada uno por un camino distinto: el lirismo (Gabriel Miró), la ironía o el humor (Ramón Gómez de la Serna, Wenceslao Fernández Flores), el intelectualismo (Pérez de Ayala) o la deshumanización.
Wenceslao Fernández Flores
    Es uno de los denominados "novelistas menores" de esta generación, debido a la "mala prensa" que tiene la literatura humorística, subgénero literario rara vez valorado. Ideológicamente era conservador a la vez que escéptico con las creencias tradicionales, ideas ambas difícilmente compatibles pero que, sin embargo, se dan en este autor.
     Merecen destacarse obras como Volvoreta (1917), sentimental e irónica, de las más logradas, o El secreto de Barba Azul (1923). Las siete columnas (1926) es una ingeniosa sátira de los "pecados" de la sociedad. Los hombres consiguen que el demonio destruya los siete pecados capitales, y los efectos son terribles: sin avaricia nadie desea trabajar; sin lujuria disminuyen los índices de natalidad; sin soberbia nadie lucha por mejorar... Ante este panorama se pide al diablo que devuelva a la Humanidad los siete pecados capitales, convertidos así en las siete columnas que dan título a la obra. El bosque animado (1943) es su última obra importante. Se desarrolla en una "fraga' o bosque gallego y es destacable por su belleza y por el lirismo de su prosa. Podemos considerarlo como un claro precedente del Realismo mágico hispanoamericano, que cuenta con otros antecesores entre los autores gallegos (así, Gonzalo
Torrente Ballester)
Benjamín Jarnés
    Benjamín Jarnés es otro de los novelistas injustamente olvidados de esta generación. Comienza su obra con El profesor inútil (1926), novela de escasa acción, con más interés por sus intelectualismo y su lirismo. La misma línea sigue en otras obras como Locura o muerte de nadie (1929). Se propuso "elevar el nivel del arte por los arduos caminos de la inteligencia, por los delgados caminos de la sensibilidad".
    Su producción literaria se halla ya muy próxima a las inquietudes del 27.
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Ramón Gómez de la Serna (1988-1963)
    Ha sido considerado, y no sin razón, el "padre de la Vanguardia en España". Su importancia dentro de la evolución de la literatura española de este siglo es vital. Su concepción estética y sus "greguerías" son imprescindibles para la formación de la imaginería de la Generación del 27. Se ha dicho que sin Ramón no se explicaría la Metáfora del 27, procedente de sus greguerías.
    Su vida y obra son una constante ruptura con lo establecido, con las convenciones. Da conferencias vestido de torero o celebrar banquetes en quirófanos fueron algunas de sus excentricidades. Este carácter excéntrico caracteriza también su literatura.  
    La base de su producción es la greguería, frase o apunte breve que encierra una pirueta verbal o una metáfora insólita: "Humorismo + Metáfora = Greguería".
    Como novelista Ramón rompe los moldes del género. En sus obras cabe de todo. La más famosa es El torero Caracho (1927). No podemos olvidar El Novelista (1924), historia de un autor en busca de motivos para sus novelas, que supone un tremendo derroche de argumentos y de imaginación. El doctor inverosímil (1921) narra la historia de un médico que cura con chistes.
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Gabriel Miró (1879-1930)
    Es uno de los autores fundamentales de la Generación del 14. La crítica lo ha considerado como epígono del 98, como autor del 14, como cubista... el "rótulo" que mejor le va es el de experimentador, y por su cuidado por la expresión, por la palabra y por los nuevos caminos que abre lo podemos considerar autor del 14. Es un estilista exquisito, a veces incomprendido, ya que se encara su obra desde la óptica de la novela tradicional, a la que supera continuamente. Fue descalificado por el mismo Ortega y Gasset, y, sin duda, esta opinión ha pesado mucho.
    Destaca Miró por su temperamento voluptuoso, por su sensibilidad exacerbada y por su excepcional capacidad de captar sensaciones: luz y color, aromas, sonidos, colores... Debido a su lirismo Dámaso Alonso lo denominó "gran poeta en prosa". su dominio del lenguaje es absoluto. La belleza formal es lo que prevalece en sus obras, pasando la acción a ser algo secundario.
    Sobresalen, asimismo, sus obras Nuestro Padre San Daniel (1921), y El obispo leproso (1926), que forman un bloque.  Transcurren en Oleza (trasunto de Orihuela), representación de un mundo nebuloso, casi desaparecido, que el autor pretende rescatar. La acción es mínima. Lo fundamental es la creación de ambientes y de personajes. Miró aspira a captar la vida monótona y asfixiante de una comunidad cerrada. En la obra se desarrolla un enfrentamiento entre los que viven dominados por la idea del pecado y los que están abiertos a la felicidad y al disfrute humanos. Los primeros reprimen toda alegría por ser pecaminosa; sólo la amargura es hija de la virtud. Miró critica la tragedia de las personas que tienen este sistema de valores. Pero es una crítica indirecta, que se desprende de los acontecimientos. En la obra se oye siempre la voz impasible del narrador, que rara vez realiza juicios de valor. Por eso estas obras han sido malinterpretadas.
 Las cerezas del cementerio (1910) y El abuelo del rey (1915) son otras obras importantes.
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Ramón Pérez de Ayala (1880-1962)
    Estamos ante el más claro representante de la novela intelectual. Nació en Oviedo; estudió con los jesuitas, cuyo influjo le marcó negativamente en lo religioso pero positivamente en cuanto a su formación intelectual, sobre todo su conocimiento de la antigüedad clásica. En 1928 fue nombrado miembro de la Real Academia. 
    Su primera obra es lírica, La paz del sendero, pero su fama le llegará como novelista, terreno en el que logra sus éxitos principales. Comienza escribiendo en una estética noventayochista para pasar después a la novela "intelectual". A. Amorós divide su obra en tres etapas:
1) Tetralogía que narra la vida de Alberto Díaz de Guzmán, personaje barojiano, "alter ego" del autor. Tinieblas en las cumbres (1907) es la primera de las cuatro, obra de excesiva artificiosidad. A.M.D.G. es la segunda, de marcado acento antijesuítico. La Pata de la raposa (1912) es menos humorística. Es también biográfica y es el estudio de una mente torturada, un viaje intelectual en busca de identidad. Troteras y danzaderas (1913) completa la tretalogía. Aparece en ella una visión de la bohemia literaria del Madrid de principios de siglo, con alusiones a personajes reales.  Pérez de Ayala pretende en estas obras "reflejar la crisis de la conciencia hispánica desde principios de este siglo". La crítica está dividida al enjuiciar este objetivo ayalino: para Amorós, Pérez de Ayala sólo consigue reflejar crisis individuales.  Para otros, sí refleja la crisis general.
2) "Novelas poemáticas de la vida española", publicadas en 1916 en un solo volumen formado por tres relatos. Desaparece lo autobiográfico y ganan terreno las ideas. Están considerads como novelas "puente" entre las dos etapas principales.
3)En 1921 comienza su última y más lograda etapa. La acción disminuye; los personajes encarnan ideas o actitudes vitales. Abundan las disquisiciones sobre política, moral, estética. En ellas se intenta buscar una armonía o principio ordenador de un universo de contrarios. Estructuralmente las obras se basan en un relativismo perspectivista: la realidad se bifurca; de todo se nos da dos visiones. Su mejor obra, quizás, es Belarmino y Apolonio (1921). Es la historia de amor fustrado entre dos jóvenes que debieron separarse en su juventud. Se reencuentran al cabo del tiempo. El es un sacerdote, ella una prostituta. Pero los auténticos protagonistas son Belarmino y Apolonio, zapateros, padres de los dos amantes. El uno, filósofo. El otro, dramaturgo. Cada uno encarna una visión distinta del mundo. De cada hecho se nos dan dos visiones: es el método perspectivista. Para Pérez de Ayala la mayor verdad será la que contenga el mayor número posible de puntos de vista. Al final se produce la reconciliación entre personajes y estructuras.
    En el terreno de la técnica, el perspectivsmo es la principal aportación de Pérez de Ayala. Bifurcación de la realidad, de los capítulos, de las columnas de texto. En cuanto a su estilo, es denso, con una hábil mezcla de ironía y gravedad, así como de palabras cultas y populares, siempre intentando conseguir una precisa transcripción de su pensamiento, de sus paradojas, de su complejidad.
    Se destaca la figura de José Ortega y Gasset. Autor de numerosos ensayos. En La deshumanización del arte analiza el arte de vanguardia; lo considera un arte difícil, intelectual, antirromántico y antirrealista. Es un arte puro, alejado de la psicología, de la sociología, de la vida y de las experiencias personales. El arte, pues, se deshumaniza.


  1. EL ENSAYO
2.1. Ortega y Gasset
       Autor de numerosos ensayos. En La deshumanización del arte analiza el arte de vanguardia; lo considera un arte difícil, intelectual, antirromántico y antirrealista. Es un arte puro, alejado de la psicología, de la sociología, de la vida y de las experiencias personales. El arte, pues, se deshumaniza. Considera que el arte sólo es arte cuando se aleja de la realidad y se limita a ser un simple juego estético destinado a las minorías. 


      A mi juicio, lo característico del arte nuevo, desde el punto de vista sociológico, es que divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros, que son dos variedades distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va, desde luego, dirigido a una minoría especialmente dotado. De aquí la irritación que despierta en la masa.


  […] Aunque sea imposible un arte puro, no hay duda alguna de que cabe una tendencia a la purificación del arte. Esta tendencia llevará a una eliminación progresiva de los elementos humanos, demasiado humanos, que dominaban en la producción romántica y naturalista. Y en este proceso se llegará a un punto en el que el contenido humano de la obra sea tan escaso que casi no se le vea. Entonces tendremos un objeto que sólo puede ser percibido por quien posea ese don peculiar de la sensibilidad artística. Sería un arte para artistas, y no para la masa de los hombres; será un arte de casta, y no demótico.


  1. LA POESÍA DEL MOMENTO.
     La primera intención hacia 1914 es la de alejarse del Modernismo, de la poesía con muchos adornos. Pese a que hubo otros intentos de renovación, el esfuerzo de renovación más importante en la lírica española de su tiempo se debe a Juan Ramón Jiménez.

2.1. Juan Ramón Jiménez.
            A su etapa modernista le sucederá la que se ha llamado época intelectual. Se inicia en 1917 con Diario de un poeta recién casado. Rompe con el Modernismo buscando una poesía pura, sin adornos. Es una poesía abstracta y de carácter metafísico. Son poemas breves, muy densos.

                                                     Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
                                                     … Que mi palabra sea
                                                     la cosa misma
    creada por mi alma nuevamente.
                                                     Que por mí vayan todos
        los que no las conocen, a las cosas;
                                                     que por mí vayan todos
       los que  ya las olvidan, a las cosas;
                                                     que por mí vayan todos
                los mismos que las aman, a las cosas …
                                                     ¡Intelijencia, dame
                                                     el nombre exacto, y tuyo,
                                                     y suyo, y mío, de las cosas!



4. NOVELA NOVECENTISTA.
4.1. El Novecentismo o Generación del 14
      El periodo literario español conocido como «novecentismo» no ha recibido la misma precisión como otros enclaves literarios, tales como el «modernismo» o las «vanguardias», precisamente por situarse en medio de ambos periodos. Este hecho ha provocado que siempre se le presente como un periodo de transición y que sus perfiles estéticos que lo caracterizan hayan sido desdibujados. El «novecentismo» es un movimiento literario de transición, que tuvo la ardua tarea, por un lado, de suavizar las lámparas modernistas y, por otro, de preparar el camino al que se abonarían los artistas vanguardistas, con los que convivirán simultáneamente. Otro factor que explica que tal periodo no se le haya prestado una justa atención es el hecho de que se le haya equiparado como sinónimo de la «generación de 1914», una generación ésta que, en comparación con la del 98 o la del 27, no ha tenido tanta fortuna como concepto pedagógico e historiográfico.
    Y con esta idea de «novecentismo», que no es otra cosa que las premisas ideológicas de unos intelectuales desencantados con la política que tenían ante sí, los caracteres de esta nueva sensibilidad vendrían definidos bajo cuatro supuestos:
—La reacción contra el positivismo, que el modernismo ya inauguró durante el fin de siglo, pero que ahora adquiere dimensiones ideológicas de gran significación.
—La reacción contra el siglo xix como expresión de la nueva sensibilidad, que tiene en Ortega y Gasset su gran teorizador.
—La certera conciencia de iluminar una nueva época en la cultura de España, y que se manifiesta claramente en el mismo título de los periódicos y las revistas literarias: Faro (1908), Europa (1910), España (1915), El Sol (1917), Revista de Occidente (1923), Luz (1932), Crisol (1931).
—El ludismo, el «sentido deportivo y festival de la existencia».

4.2. Ortega y Gasset.
    Nos interesa destacar, muy brevemente, sus ideas acerca del arte, ideas que tendrán bastante repercusión en la literatura de su época. Estas teorías están expuestas, principalmente, en su libro La deshumanización del Arte. Esta obra pretende realizar una descripción fenomenológica de la Vanguardia en España. El arte moderno, nos dice, "no sólo es impopular, sino que es también antipopular; siempre tendrá a las masas en contra". El arte moderno divide a los receptores en minoría-élite capaz de entenderlo y gustarlo y mayoría incapacitada. Esta mayoría aboga por el arte del siglo XIX, arte puramente referencial. La minoría, por el contrario, encuentra el arte anterior demasiado humano; se le debe despojar de su humanidad. Ortega llama la atención sobre nuestro "asco a lo humano en el arte", como en las figuras de cera. Ese acto, explica, es "un respeto a la vida y una repugnancia a verla confundida con el arte, con una cosa tan subalterna como es el arte". Lo que intenta el arte moderno es colocar al arte en el lugar que le corresponde, no ya por encima de la vida, sino subordinado a ella. Así, la vida deja de vivirse como algo subordinado a otra cosa, ya sea el arte, la ciencia o el estado.

4.2. Las novelas de Gómez de la Serna.
     Su importancia dentro de la evolución de la literatura española de este siglo es vital. Su concepción estética y sus "greguerías" son imprescindibles para la formación de la imaginería de la Generación del 27. Se ha dicho que sin Ramón no se explicaría la metáfora del 27, procedente de sus greguerías.
      Las novelas de Gómez de la Serna no tienen, a primera vista, muchas cosas en común con el alegato orteguiano, pero vinieron a ejercer una influencia mucho mayor que aquellas cincuenta paginas de Ideas sobre la novela.
     Por un criterio que fue de editores avispados más que de autores, de Gómez de la Serna y sus continuadores se dijo que eran novelistas de humor. Sin embargo, no hubo más humor en ellos que la sorpresa descoyuntada de su imaginación metafórica, cierta complacencia en ver el mundo que rodea a los personajes como en permanente trance de catástrofe, alguna paradoja de cierta comicidad y, desde luego, una actitud irónica respecto a su oficio y el género que habían elegido.
      En el fondo del arte narrativo ramoniano hay una veta de realismo casi costumbrista que podría entroncar con los desgarros de los escritores “castizos”. A esta preocupación responde, por ejemplo, La viuda blanca y negra (1917). Nada de humor hay en esta agobiante descripción de las relaciones de una enigmática viuda, Cristina, con su amante de un verano, Rodrigo, en el pesado ambiente canicular de un barrio mesocrático madrileño. En esta novela se hallan algunas de las más permanentes obsesiones del autor: la fetichización de elementos sexuales, la idea del amor como destrucción del varón, la preocupación por crear el relato a partir de la previa evocación de una atmósfera determinante.

      Menos humor, si cabe, hay en los relatos breves que publicó bajo el título de La malicia de las acacias (1927). Los adolescentes que deciden abortar el fruto de su mísero noviazgo, o los casi niños que en “La tormenta” hacen por primera vez el amor y son castigados por sus familias con un matrimonio sórdido y precoz, están en la línea de la preocupación señalada en la La viuda blanca y negra.

 4.3. La Novela Novecentista
    En un principio podemos distinguir dos grupos de escritores en esta época: los que siguen escribiendo en una línea cercana a la del realismo decimonónico y los que realizan una narrativa innovadora, algunos de los cuales entroncarán con las Vanguardias.
    Nos interesa aquí destacar a los escritores de esta segunda línea. Y entre ellos los principales serán Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró. Gran influencia tendrá la figura de Ramón Gómez de la Serna, pero más en el terreno de la poesía. Todos estos autores suponen una superación de los patrones o esquemas narrativos anteriores (la eterna lucha del escritor, huir de la monotonía y la repetición) aunque cada uno por un camino distinto: el lirismo (Gabriel Miró), la ironía o el humor (Ramón Gómez de la Serna, Wenceslao Fernández Flores), el intelectualismo (Pérez de Ayala) o la deshumanización.

4.3.1. Las novelas de Pérez de Ayala. 
       Por temperamento, edad y origen social Ayala está más próximo a Ortega que a los radicales de fin de siglo.
       Su primera saga novelesca la componen cuatro novelas, caracterizadas por interponer entre la sinceridad y la hoja de papel en que escribía una distancia hecha de cultura e ironía. La primera, Tinieblas en las cumbres (1907), presenta ya a su personaje Alberto Díaz con el mismo problema que Antonio Azorín, Fernando Ossorio o Andrés Hurtado: cubrir la distancia que separa la inmadurez de la que parten y la espontaneidad vital con la que sueñan. Sin embargo, el desgarrado contexto de conflicto –bromas procaces, escenas de subido color (que desaparecerán en las ediciones siguientes)- no lleva a la calificación peyorativa a la relación sexual en que naufragaba la sensibilidad enfermiza de Azorín o de Osorio. Todo lo contrario. De la experiencia amorosa se desprende un valor liberatorio que abre al personaje vía libre para caminar hacia un futuro social, desprendido del solipsismo del que partía.
       En AMDG (1910), la más polémica de sus novelas (el subtítulo lo dice todo: “La vida en un Colegio de Jesuitas”), vemos crecer la sensibilidad de Alberto entre la represión, la culpabilidad y la violencia. La novela no es sólo un ensayo sobre la educación clerical, sino también un relato de clave donde la experiencia personal aparece apenas velada y que, por más señas, se escribe a escasos meses de la explosión anticlerical que fue la Semana Trágica de Barcelona.
      La pata de la raposa (1912) retoma la perplejidad de Alberto al final de su paso por las tinieblas. Su estructura se establece en un hábil balanceo de contrarios: la conciencia de pecado y la libertad, la llamada del terruño y la inquietud de lo cosmopolita, el autoanálisis y la espontaneidad.
       Troteras y danzaderas (1913). Fue el último relato de la saga, aunque en la cronología interna de la misma se sitúe entre la segunda y la tercera parte de La pata de la raposa. Lo de menos en el nuevo título es la presencia de Alberto Díaz, que ahora se limita a justificar y enhebrar una acción más vasta; nada menos que una visión de la vida intelectual a finales del primer decenio del siglo XX en un Madrid mísero, nocturno y alucinado. Bajo nombres supuestos desfilan, entre grotescos y patéticos, los grandes nombres del momento (como Maeztu, Ortega o Azorín), pero también los inevitables plebeyos castizos, los pedigüeños o los señoritos calaveras.
           En 1916 publicó tres relatos breves, que llevan el revelador subtítulo de “novelas poemáticas”. Son Prometeo, Luz de domingo y La caída de los limones, que son una reconstrucción intelectual en forma de parábola de la vida española y de la profunda frustración insolidaria que la preside.   
         El mundo novelesco del gran escritor asturiano se caracteriza por la ambivalencia, el gusto por los desdoblamientos, la doble visión, el haz y el envés, los enfrentamientos de perspectivas opuestas, las parejas, las polaridades. La simple presentación y distribución del material revela ya el gusto del narrador por la bipartición, bien perceptible en los casos de las obras integradas por dos partes, las de Luna de miel, luna de hiel, continuada en Los trabajos de Urbano y Simona, y Tigre Juan seguido de El curandero de su honra  

4.3.2. Las novelas de Gabriel Miró.
      La crítica lo ha considerado como epígono del 98, como autor del 14, como cubista... El "rótulo" que mejor le va es el de experimentador y, por su cuidado por la expresión, por la palabra y por los nuevos caminos que abre lo podemos considerar autor del 14. Es un estilista exquisito, a veces incomprendido, ya que se encara su obra desde la óptica de la novela tradicional, a la que supera continuamente. Fue descalificado por el mismo Ortega y Gasset y, sin duda, esta opinión ha pesado mucho.
     Destaca Miró por su temperamento voluptuoso, por su sensibilidad exacerbada y por su excepcional capacidad de captar sensaciones: luz y color, aromas, sonidos, colores... Debido a su lirismo Dámaso Alonso lo denominó "gran poeta en prosa". Su dominio del lenguaje es absoluto. La belleza formal es lo que prevalece en sus obras, pasando la acción a ser algo secundario.
     Sobresalen, asimismo, sus obras Nuestro Padre San Daniel (1921), y El obispo leproso (1926), que forman un bloque.  Transcurren en Oleza (trasunto de Orihuela), representación de un mundo nebuloso, casi desaparecido, que el autor pretende rescatar. La acción es mínima. Lo fundamental es la creación de ambientes y de personajes. Miró aspira a captar la vida monótona y asfixiante de una comunidad cerrada. En la obra se desarrolla un enfrentamiento entre los que viven dominados por la idea del pecado y los que están abiertos a la felicidad y al disfrute humanos. Los primeros reprimen toda alegría por ser pecaminosa; sólo la amargura es hija de la virtud. Miró critica la tragedia de las personas que tienen este sistema de valores. Pero es una crítica indirecta, que se desprende de los acontecimientos. En la obra se oye siempre la voz impasible del narrador, que rara vez realiza juicios de valor. Por eso estas obras han sido malinterpretadas.
     Las cerezas del cementerio (1910) y El abuelo del rey (1915) son otras obras importantes.
NOVECENTISMO
     Pasados los primeros años del siglo XX comienza a surgir una nueva generación de escritores con una sensibilidad distinta y unos enfoques intelectuales más rigurosos que los hombres del 98. La crítica ha denominado a este nuevo grupo los "novecentistas", término acuñado por Eugenio D'Ors, o Generación de 1914, por el nexo que supone para ellos la primera guerra mundial.
    El grupo está formado por una serie de pensadores, novelistas y poetas, entre los que destacan José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró.
    Tanto la generación del 98 como la del 14 comparten preocupaciones y convicciones frente al ochocientos y, más concretamente, frente a la Restauración. Pero a finales de la primera década del presente siglo las primitivas pequeñas disenciones entre ambos grupos comienzan a convertirse en grandes diferencias. Ortega declara superada la época del nietzscheanismo puro; combate a Maeztu y a Unamuno. Se declara abiertamente en contra de la insociabilidad en la lectura moral de Baroja.
    La nueva actitud novecentista se observa claramente en Pérez de Ayala, que deja a un lado la denuncia y el lamento y se propone actuar de una manera práctica. Los componentes de esta generación son conscientes del papel político que debe desempeñar la intelectualidad, tanto en la investigación de la realidad del país como en la defensa del avance liberal.
PRINCIPALES NOVELISTAS DEL NOVECENTISMO
Gabriel Miró
       De influencia modernista, con ambientes decadentes, tono melancólico, personajes abúlicos e inadaptados, atmósfera sensual y algo de erotismo, es su primera etapa, en la que sobresale Las cerezas del cementerio (1910),
       Su segunda etapa, en la que encuentra su estilo personal, se caracteriza por la búsqueda de la perfección formal y en ella lo importante son las minuciosas descripciones de sensaciones y ambientes, pues la acción es mínima. Es esta la llamada novela lírica, en la que renueva la novela pero no rompe totalmente con la novela modernista, sino que depura, intensifica o madura estos elementos modernistas. En esta etapa, no obstante, no rehúye ni la actitud crítica, ni los episodios crueles, ni la ironía, que a veces roza la caricatura deformante. Todo esto puede comprobarse en sus dos novelas más ambiciosas, Nuestro padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926). En ambas, que tienen continuidad argumental, las fuerzas de la vida y del amor quedan ahogadas por el poder eclesiástico, la moral hipócrita y la intolerancia religiosa.

    Fragmento de El obispo leproso. En ella la intransigencia moral y política está encarnada, entre otros, por don Álvaro, un viejo carlista; la frustración está representada por su mujer, Paulina, y se cierne sobre el hijo de ambos, Pablo. En este fragmento este muchacho siente pesar sobre él, en un día de vacaciones, la atmósfera opresiva de Oleza.

    Verano de calinas[1] y tolvaneros[2]. Aletazos de poniente. Bochornos de humo. Tardes de nubes incendiadas, de nubes barrocas, desgajándose del horizonte, glorificando los campanarios de Oleza.
    Las mejores familias –menos la de don Álvaro- se fueron a sus haciendas y a las playas de Torrevieja, de Santa Pola y Guardamar. La ciudad se quedó como un patio de vecinos. El palacio de Lóriz semejaba ya mucho tiempo en el sueño de su soledad; el del obispo, en el ocio de los curiales, que fumaban paseando por la claustra; <<Jesús>>[3] y el seminario, entornados en el frescor de las vacaciones. Las hospederías, los obradores, las tiendas callaban con la misma modorra de sus dueños sentados a la puerta, cabeceando entre moscardas. Los árboles de los jardines, de la Glorieta, de los monasterios, hacían un estruendo de vendaval de otoño, o se estampaban inmóviles en los cielos, bullendo de cigarras como si se rajasen al sol. El río iba somero[4], abriéndose deltas y médanos de fango, de bardomas[5], de carrizos[6]; y por las tardes, muy pronto, reventaba un croar de balsa. Se pararon muchos molinos de pimentón y harina; y entraban las diligencias, dejando un vaho de tierras calientes, un olor de piel y collerones[7] sudados. Verano ruin. No daba gozo el rosario de la Aurora y tronaba el rosario del anochecido. Fanales[8] de velas amarillas alumbrando el viejo tisú de la manga[9] parroquial; hileras de hombres y mujeres colgándoles los rosario de sus dedos de difunto; capellanes y celadores guiando la plegaria; un remanso en la contemplación de cada misterio, y otra vez se desanillaban las cofradías y las luces por los ambages de las plazas, por los cantones, por las callejas, por las cuestas. De trecho en trecho caía con retumbos dentro de las toscas entrada el <<¡Mira que te mira Dios, -mira que te está mirando- mira que te has de morir, - mira que nos sabes cuándo!>> Y, según adelantaba el tránsito, se les venían más gentes a rezar.

    Penetraba en casa de Pablo ese río de oración, más clamoroso que el Segral[10]. A lo lejos, era de tonada de escolanía, de pueblo infantil que, no sabiendo qué hacer, conversaba afligido con el Señor. Y, ya de cerca, articulado concretamente el rezo en su portal, por cada boca, sentía Pablo un sabor de amargura, de amargura lívida. Alzaba los ojos al cielo de su calle. De tanto ansiar se reía de su desesperación; y palpaba su risa. Tocaba sus gestos como si tocase su alma desnuda. Vivía tirantemente. El júbilo de las vacaciones se le quedó seco y desaromado. 


Ramón Pérez de Ayala (1880-1962).
       De orientación krausita y liberal, como su maestro Clarín, escribe poesía, novela y ensayo.
       Primera etapa. Bajo la influencia de la novela realista de Galdós y Clarín, sus primeras novelas, Tinieblas en las cumbres (1907), A.M.D.G. (1910), La pata de la raposa (1912) y Troteras y danzaderas (1913), tienen, como las de sus dos maestros, un fuerte carácter anticlerical.
       Segunda etapa. Bastante distintas a las anteriores son las obras que escribe a partir de 1920. En ellas se adelgaza la acción porque lo importante en ellas son las reflexiones sobre los temas más diversos (como filosofía, psicología, estética, política o moral). A este tipo de novela se ha llamado “novela intelectual”. La novela se acerca, como en otros autores del siglo XX, al ensayo. Pero frente al impresionismo de Azorín, el acento vehemente y agónico de Unamuno o la hondura lírica de Miró, en Ayala predomina el componente reflexivo, la ironía constante y, técnicamente, el perspectivismo (varios puntos de vista, una realidad múltiple). Sobresalen sus obras Belarmino y Apolonio (1921) y El curandero de su honra (1926).   

     <<La cualidad primordial del dramaturgo (léase Apolonio) es la aptitud para la simulación eficaz. Esta simulación no es sólo externa y de superficie. El dramaturgo, desde el fondo de su propia alma, comienza a simular para consigo mismo; pero el ego más recóndito y personal permanece siempre ausente e inhibido de la emoción. Por eso el dramaturgo es incapaz de amar verdaderamente. Hay una paradoja en el dramaturgo: es la misma que Diderot llamó paradoja del comediante. La emoción no se comunica, sino que se provoca. Para provocar una emoción hay que mantenerse frío. Hacen llorar los actores que saben fingir el llanto. Los que lloran de veras, hacen reír. Lo mismo con el dramaturgo. La dramaturgia creó el tipo del hombre que provoca amor en todas las mujeres, porque él finge amar, pero a ninguna ama: don Juan. El dramaturgo va por la vida inventando dramas, descubriendo dramas. Diríase que este don de invención (inventar significa descubrir) proviene de que el dramaturgo vive los dramas. Al contrario. El que vive un drama no ve el drama; ve su drama individual. Y si por caso al dramaturgo le acontece ser víctima en un drama vivo, él permanece ecuánime, sereno. Finge ser actor siempre; y siempre es espectador, espectador de sí mismo. Tal es la paradoja del dramaturgo. Todo el que se conduce en la vida con ademanes de énfasis patético es un simulador, un dramaturgo en potencia. Estos hombres son necesarios en el mundo, porque sin esa fracasada voluntad de pasión, naturalmente contagiosa, la humanidad se acabaría, de apatía y de sapiencia. Mas, ¡ay!, si predominasen estos hombres, cuyo tuétano íntimo es una ausencia, un hueco, una burbuja, como la que se ve en los niveles, burbuja que difícilmente se logra centrar…; si esta especie de hombres predominase, la humanidad, cada vez más hinchada y vacía, reventaría, como la rana que quiso igualar al buey. Providencialmente, frente al dramaturgo está el filósofo (léase Belarmino). El filósofo se halla constituido a la inversa del dramaturgo. Por de fuera, serenidad, impasibilidad; en lo más secreto, ardor inextinguible. El filósofo es un energúmeno conservado entre hielo. Porque el hielo es el gran conservador, así para las pasiones como para las cosas comestibles, que en cuando se las saca al aire y a la luz se ponen rancias, manidas. El filósofo vive todos los dramas; jamás es espectador. El dolor ajeno lo siente como dolor propio; el dolor propio lo multiplica por todos los dolores ajenos; y así en el dolor propio como en el ajeno experimenta el contacto de esta o aquella brasa de la gran hoguera que es el dolor universal, el drama de la vida.>> […]
     Se observará que estas teorías son enteramente opuestas a las de don Amaranto. Para don Amaranto, el dramaturgo es el que penetra en el drama individual; y el filósofo, el que se aleja de él. Para Escobar, el que penetra en el drama es el filósofo, y el dramaturgo es el que permanece a distancia. ¡Desconcertante disparidad y contraposición de los humanos pareceres! La doctrina de don Amaranto es refutable, y no menos defendible; y otro tanto la de Escobar. Y en resolución, todas las opiniones humanas. El error es de aquellos que piden que una opinión humana posea verdad absoluta. Basta que se verdad en parte, que encierre un polvillo o una pepita de verdad. Cuando un buscador de oro dice que ha encontrado oro, no da a entender que se haya apoderado de todo el oro que guardan las entrañas de la tierra, sino eso, que ha encontrado oro, un poco de oro. Tan verdad puede ser lo de don Amaranto como lo de Escobar; y entre la verdad de Escobar y la de Amaranto se extiende sinnúmero de otras verdades intermedias, que es lo que los matemáticos llaman el ultracontinuo. Hay tantas verdades irreductibles como puntos de vista.
Belarmino y Apolonio





[1] Calina:  turbiedad de la atmósfera producida por el calor intenso.
[2] Tolvanero: remolino de polvo.
[3] Jesús: monasterio y colegio de los jesuitas en Oleza (Orihuela).
[4] Somero: poco profundo.
[5] Bardoma: lodo corrompido.
[6] Carrizo: caña que crece junto al agua.
[7] Collerones: collares de cuero o lona, rellenos de borra o paja que se pone a las caballerías.
[8] Fanales: campana de cristal que protege del viento la luz de una vela.
[9] Manga: pieza de tela que cubre parte de la vara de la cruz parroquial.
[10] Segral: río de Oleza (corresponde al Segura, que pasa por Orihuela).

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